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Una de las imágenes del fin de semana ha sido la triste estampa de ver desmoronarse el puente romano de Talavera por la crecida del río Tajo. Cuando lo he visto he sentido una extraña sensación de que vivimos sin rumbo y que la improvisación y la falta de prevención son las señas de identidad de este país.
¿Y todos estos problemas que tenemos con el agua? Pues la respuesta está en que el agua cruza provincias, ciudades y comunidades autónomas esté quien esté en el sillón de mando. A los ríos les importa un bledo los pactos, las traiciones, las alianzas, las Proposiciones No de Ley, las mociones de censura, las dietas, los plenos o las comisiones mixtas para ver si otras comisiones mixtas están cumpliendo con su cometido. En España nuestra relación con los ríos empieza y acaba en aprendértelos de memoria en Primaria y sacar ese examen adelante para después olvidarte de ellos para el resto de la vida.
Siempre que pasan este tipo de desgracias me imagino lo mismo. En una institución (no voy a entrar en colores políticos por esta vez) un técnico con su carpetilla con un informe pormenorizado y exhaustivo detalla qué hacer si ocurre un desastre meteorológico determinado. Todo calculado, todo medido, las acciones que se deberían hacer y demás. El político de turno pasa de este experto y se centra en cosas más tangibles y que pueda presentar rápido, sean aplaudibles y tengan un impacto directo en la sociedad antes del informativo de las 15.00 horas. Esta enfermedad se llama cortoplacismo y si no lo voy a inaugurar yo, no me interesa perder el tiempo en ello. Un plan nacional del agua es el claro ejemplo de proyectos que son determinantes, pero son 'feos' mediáticamente. Ningún dirigente piensa en esto, ya que ese proyecto se debería basar en 'por si acaso' y en el futuro, dos aspectos que no son inmediatos y no le aseguran minutos de telediario en prime time al que lleva la corbata y representa a la ciudadanía.
Las catástrofes en este país se previenen poniendo una vela a la virgen, rogándole que no pase nada en su legislatura y que en caso de que tenga que suceder que el mundo se espere unos meses y que le toque al siguiente. Si me toca en mi mandato me visto de explorador y voy a la zona cero a hacerme la foto y si es el contrario el que se come el marrón, pues atizo desde la banda como si fuera un experto hidrográfico. Así es imposible. Pasó con la pandemia y con la DANA, está pasando ahora con las crecidas y el problema es que todavía quedan muchos programas especiales por grabarse en televisión en el futuro bajo el epígrafe de catástrofe.
A todo esto, los ríos se parten de risa con nosotros al ver que somos incapaces de ponernos de acuerdo. Lo suyo sería que los expertos en el tema hicieran una planificación y que fuera palabra de Dios. Eso es una utopía, debido a que como los técnicos digan que hay que hacer en un territorio A una acción y no en el B, pues habrá jaleo de que uno es azul, rojo, verde o mediopensionista. Si dice la palabra cambio climático es un agorero, pero es que si no la dice es un negacionista de manual. El de más allá explicará que es culpa de la OTAN y el otro que o es un embalse progresista, o se derriba.
Pero es que además, dentro de la desgracia, no somos capaces de aprovechar todo ese agua que nos cae del cielo. Ahora todos los embalses hasta arriba, pero dentro de nada, cuando se nos haya olvidado a todos estos días de diluvio universal, sin querer darnos cuenta estaremos en un bar tomando una cerveza hablando de la sequía y de que no hay agua. Este país es un auténtico disparate.
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