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Se baten estos días nuestras queridas autoridades desde distintos ámbitos y lugares en una guerra por ofrecernos el más maravilloso paraíso fiscal. “Implantaremos la fiscalidad ... más baja de la historia” nos anunciaba hace unos días muy orgulloso el presidente de nuestra comunidad, unos días antes de exigirle al Gobierno central más medios para paliar los daños que produjeron este verano los incendios, unos daños que hubieran disminuido si el gobierno de nuestra comunidad hubiera invertido en esas medidas de prevención que aconsejaban los técnicos. “Convertiremos nuestra comunidad en la región donde menos impuestos se pague de toda Europa” le contestaba otro desde otro lugar. Parecen feriantes con megáfono anunciándonos sus increíbles y colosales rebajas. Me pregunto si no se estará haciendo de nuevo necesario en estos días, por muy obvio que resulte, recordar que el salario de ese médico que nos atendió aquella tarde que nos acercamos a urgencias con un dolor terrible en el costado y la posterior radiografía, lo pagamos contribuyendo con nuestros impuestos. Lo mismo que la habitación en la que ingresamos, la operación, el tratamiento, las enfermeras que nos atendieron y las medicinas que ayudaron a curarnos. Unos gastos que la mayoría de nosotros no podríamos afrontar de otra forma.
Recordemos también, aunque parezca una lección de parvulitos, que gracias a estos impuestos también pagamos al profesor que algún día nos enseñó a leer, o esa beca que financió nuestra matrícula en la universidad. Y la subvención del parado del que tal vez depende una familia y la pensión del jubilado y la vacuna que descubre el investigador y que nos salvó la vida. Y la carretera por la que regresamos del pueblo o la autopista por la que escapamos a la costa. Gracias también a esos impuestos desaparecen cada madrugada, como por arte de magia, las bolsas de basura que dejamos cada noche en el contenedor. Y la biblioteca que nos presta un libro y el museo que nos ofrece una exposición tampoco existiría si no pagáramos impuestos. Y el parque donde juegan nuestros hijos o el banco donde se sientan a descansar nuestros padres están ahí gracias a los impuestos, como las luces de las farolas y el asfalto de nuestras calles.
Recordémoslo cuando salgan a la plaza los feriantes con el megáfono anunciando rebajas.
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