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En estos días de fiestas navideñas y reuniones familiares, siempre me da por ver de nuevo la película de Frank Capra, ¡Qué bello es vivir! ... y por repasar ese viejo cuento de Dickens protagonizado por el avaro y solitario señor Scrooge, que nunca celebra la Navidad y a quien la visita de los fantasmas del pasado, presente y futuro le descubren que la avaricia no solo le vuelve un miserable y un malvado, sino que le aparta de la propia felicidad.
En estas dos historias, como en otras tantas, siempre se comprueba que la bondad, al final, es mucho más rentable y satisfactoria que esas otras actitudes, mucho más habituales, por cierto y por desgracia, en casi todos los seres humanos. Sin embargo, quién sabe por qué, nos aferramos a la idea de que, por delante de la bondad camina la inteligencia, la ironía, la picardía e incluso la desfachatez. Es curioso ver como el ser humano tiende a querer enseñarle a otro que vale más que los demás, en vez de entender que ver en el de enfrente más cualidades que en uno mismo, acaba de agrandar las de quien lo hace de un modo extraordinario.
Si nos diéramos cuenta de que ser bueno no es ser imbécil y dejáramos de pensar que si engañamos al de enfrente sacaremos más provecho de las cosas y de la vida, nuestra existencia sería mucho más fácil. Es absurdo que hablemos tanto de amor, de amistad y de sentimientos y luego nos peleemos por un trozo de tarta o nos enfademos si no nos toca el mejor regalo. O dicho de otro modo. Es una tragedia que no le demos valor a las cosas importantes o que solo las ensalcemos por Navidad. Dickens decía que el mejor regalo era el amor de un gato. Y aunque muchos no lo entiendan. El amor de un gato para quien como él ama a los animales o cualquier otro tipo de amor tiene mucho más valor que cualquier regalo tangible, que cualquier posesión que podamos lograr o cualquier éxito que lleguemos a alcanzar. Porque, en realidad, “solo lo barato se compra con dinero” e incluso eso, deja de tener atractivo sino proviene o provoca del amor de los demás.
Es una reflexión navideña, sí, como el cuento de Dickens o la película de Capra... Pero ojalá nos acompañara todo el año, y no solo en estas fechas a las que la estupidez de lo políticamente correcto, parece haberles robado el nombre, pero por suerte no el sentido. Feliz Navidad.
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