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A punto de que aparezcan los Magos de Oriente a lomos de sus camellos, me aprisionan los recuerdos de tantos años de vida y tantos ... regalos memorables. Recorro con la memoria algunos de los mejores presentes, algunos insospechados: una muñeca fea de mis primeros años de infancia, pero que protagonizaba un anuncio de televisión, la Nancy, por fin, más adelante, varios juegos de Magia Borrás, un Exin Castillos y, sobre todo, los libros de Enyd Blyton que le dejaron a mi mejor amiga, que ella jamás leyó y que yo devoré. Sigo la línea del pasado y entre los destellos de las luces de aquellos belenes de antaño, ya en la adolescencia y juventud, descubro que los regalos que más me marcaron no llegaron a casa. Fueron los amigos los que me los entregaron. Mi primer libro de Tintín, otro de Asterix, las distintas ediciones de Alicia en el país de las maravillas y aquellos de Enrique Jardiel Poncela, a los que era tan devoto el vecino de una amiga. “Si perdonar fuera como decir adiós, las mujeres dirían hasta luego”, dijo una noche previa a la de reyes, citando al escritor que veneraba y que sin duda era un misógino con mucha gracia. Recuerdo que la frase de marras, que no sé ahora mismo a que libro pertenece –aunque me los leí todos hace ya mucho- , nos hizo ponernos en guardia a las incipientes feministas de quince años, pero sin dejar de reconocer, desde el sanísimo humor, que nosotras teníamos más memoria para los hechos compartidos que ellos. Si repaso las páginas de tantos libros inolvidables deduzco que muchos no pasarían la criba de nuestros días. Esa lacra terrible que constituye lo políticamente correcto y que subrayan, desde sus atalayas, los poderosos e influentes. Supongo que si la historia de mi vida la hubieran escrito algunas jovenzuelas que ahora se creen en posesión del feminismo y que olvidan que tantas mujeres de mi generación luchamos por los derechos que ellas ostentan ahora, cuando no estaba de moda, ni bien visto, muchos de los regalos que recibí no habrían caído en mis manos. Las camisas rosas, las muñecas, las cocinitas y tantos libros en los que se recogían historias diversas, nada políticamente correctas, que hubieran sido pasto de las llamas que ahora encienden quienes pretenden convencernos de que abogan por nuestra libertad. Está bien que todos los juguetes puedan ser para ellos y para ellas, sin distinción. Y que desde ahí se escriba la igualdad de derechos por la que hay que seguir luchando. Pero no que pretendamos ser también iguales de carácter o de gustos – en la diversidad está la riqueza- ni que cercenemos las gloriosas diferencias. No todos los regalos son intercambiables. Por suerte. Felices Reyes.
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