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DE pronto Feijóo que había salido semanas atrás a la plaza bufando como un toro bravísimo y con las astas al frente bien afiladas, recula, ... se sosiega y amansa en Sevilla, postulándose de nuevo como ese baranda elegante, moderado y sensato que nos vendían y que ligaba mayorías absolutas en Galicia sin despeinarse, mientras renegaba de la política nacional, feliz y dichoso en la tierra de las meigas, el Ribeiro y el buen centollo.
Feijóo se resetea frente a la Giralda y pide perdón por esos desvaríos que se le escaparon de inicio como el de que “Sánchez gobierna como un autista” o lo de que “si un padre mata a sus hijos por un problema con su pareja no es violencia machista”. También se envaina aquellos otros despropósitos que tanto celebraba la ultraderecha como lo de que “el gobierno se está forrando con nuestros impuestos” y lo de que “no hay que señalar por la calle a los que más tienen porque hayan trabajado más” y extiende la mano a pactos de gobierno, incluso aunque haya que estampar la firma junto a aquel que el defenestrado Casado se refería como felón, okupa, traidor y mentiroso compulsivo. Puede que alguien de la familia le haya advertido que se estaba aventurando por mal camino.
“Sevilla tuvo que ser con su lunita plateada” decía un viejo bolero y efectivamente, la capital andaluza también parece que le ha servido al gallego para recapacitar y llegar a la triste conclusión de que lo mismo aquello a lo que dio el visto bueno en Castilla y León, ese pacto con Vox que desdibuja su perfil de político europeísta, prudente y moderno, haya sido la metedura de pata del principiante. Un debutante que llegaba obnubilado a la primera división de la política y observaba como la reina madrileña se acababa de merendar de un bocado a su antecesor, mientras barría para casa disparando insultos y necedades que ciertos electores celebraban.
Falta por ver si Feijóo sigue manteniendo la misma compostura de hombre tolerante, responsable y mesurado lejos del embrujo de la noche sevillana y no vuelve a las andadas una vez superado el puerto de Despeñaperros. Apostaría que en ese empeño le va su propia supervivencia en el obsceno mundo de la política.
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