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Ya tenemos representante para el Festival de Eurovisión, Blanca Paloma. Seguro que su nombre comienza a sonarles, incluso puede que hayan tarareado su “Eaea”, expresión ... que a la ganadora le recuerda a la ‘yaya’ Carmen y a ustedes puede traerles a la cabeza a su abuela, a su madre o incluso la han podido utilizar con sus hijos o nietos.
Vamos a volver a intentarlo con el flamenco, género musical que el 16 de noviembre de 2010 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. ¿Está Europa preparada para valorar como es debido esta música que se ha convertido en seña de identidad y expresión artística del pueblo andaluz, pero también del resto de España? Esa es la pregunta que me viene a la cabeza cada vez que escucho el tema de Blanca Paloma, ¡qué nombre tan poético!
Lo cierto es que cuando los turistas extranjeros visitan España no pierden la ocasión de acudir a un tablao flamenco. Su trascendencia es internacional, en Japón hay multitud de academias de flamenco. ¿Pero esa pasión se trasladará a Eurovisión? Tengo mis dudas, eso sí, me alegra que de nuevo la canción que nos represente sea en español, el idioma que compartimos todos los ciudadanos de este país, pese a que algunos traten de abolirlo en la enseñanza o en los órganos oficiales, aunque, la verdad, es que la canción tampoco es que tenga una gran letra.
Tendremos que esperar hasta mayo para ver si el resultado es el acertado.
Un mes después a Salamanca regresará el Facyl, ahora una copia del Festival de Luz y Vanguardias que se celebró en la ciudad hasta la pandemia.
No sé si el flamenco logrará convencer a Francia para que nos vote en Eurovisión o si conquistará a los ingleses que tanto disfrutan de las playas y la fiesta española, pero de lo que no tengo duda es que es una seña de identidad de este país. ¡Qué importante es sentirse identificado con algo! Ese ha sido el error con el Facyl, que comenzó como un festival de tendencias artísticas de vanguardia, con estrenos a nivel mundial, propuestas que quizás no fueran del agrado de todo el público, pero sí de un grupo concreto que atraído por sus novedosas iniciativas cada año se daba cita en la ciudad de Salamanca, pero poco a poco fue perdiendo su identidad que, desde luego nada tenía que ver con un ciclo de zarzuela como quería colarnos hace unos meses el consejero de Cultura.
Por no tener, el Facyl no tiene ni unas fechas fijas de celebración.
El Facyl tiene que volver a Salamanca, pero no de cualquier manera. Es el momento de que los responsables culturales de Salamanca y de Castilla y León se sienten a debatir qué quieren que sea el Facyl, establecer unos criterios claros, también fijar las fechas más indicadas, después de tantos años alguien sabrá qué momento es el más idóneo para celebrar este festival, y apostar de forma decidida por ello.
Sirvan como ejemplo la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo, el Festival de Teatro de Calle de Ávila y otras muchas apuestas culturales de Castilla y León, pero también de otras ciudades del país, que cada año son un éxito.
Ojalá en esta nueva edición del mes de junio los programadores del Facyl sepan recuperar la esencia de este festival que, recuerden, llenó de espectáculo la Plaza Mayor de Salamanca y la plaza de Anaya, que trajo a una jovencísima Rosalía y a una impactante Nathy Peluso, que supuso un revulsivo para esta ciudad que ahora, de nuevo, necesita un ‘empujón’ para hacer frente al complicado momento económico.
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