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Estamos tan acostumbrados que ya ni nos llama la atención. Me refiero a la costumbre, cada vez más arraigada entre nosotros, de matar moscas a ... cañonazos, de doblar siempre la apuesta, de convertir la crítica en embestida. No estoy hablando, claro, de ese afán ventajista de escurrir el bulto, de aspirar a que nadie te pida responsabilidades invocando la conveniencia de “arrimar al hombro” o no poner “palos en las ruedas” ... eso sí, en el vehículo que tú mismo conduces y en la dirección que tú has decidido, si es que has decidido ir a alguna parte... Al contrario, la pluralidad de pareceres y el ejercicio de la crítica no solo es indispensable en las sociedades abiertas sino un requisito esencial para el progreso de las instituciones, que se corrigen y mejoran en la medida en que sus responsables se exponen a la evaluación de su actividad. Aquí tratamos de otra cosa. Hablamos de la dificultad, casi imposibilidad, de mantener el equilibrio, de contextualizar los problemas, de no sacar las cosas de quicio.

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