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Es probable que los más jóvenes no puedan entender hoy lo que Europa supuso para la generación de sus padres. Durante décadas, esta palabra encarnó, ... sencillamente, el horizonte al que queríamos dirigirnos. Firmemente convencidos de un atraso que creíamos multisecular, acomplejados por una realidad que solo éramos capaces de observar en gris o en negro, Europa representaba para nosotros todo lo contrario, un futuro de prosperidad material y de libertad tan soñado como repetidamente frustrado. Había entonces —lo recordamos ahora con cierta nostalgia— una solución ingenua para cualquier problema que se suscitase: consistía en hacer las cosas no como las veníamos haciendo sino “como en Europa”. Europa, la incorporación a Europa, fue —junto a la democracia, lo que casi venía a ser lo mismo— el gran proyecto colectivo de los españoles que accedieron a la vida pública en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Un proyecto transversal, que proporcionó cohesión social y política y contribuyó a amortiguar la ausencia de consensos en otras materias.

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