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Durante las últimas semanas han menudeado las protestas de los ganaderos a causa del precio de la leche. No les falta razón, cuando producirla es ... más caro que venderla. En esas condiciones, está claro que no sale a cuenta mantener una explotación ganadera, ya sea de vacas, ovejas o cabras. En los medios hemos podido contemplar airadas gentes que optan por regar de blanco los accesos a las industrias lecheras de donde salen los tetrabriks para el consumo a un precio que ellos consideran insultante. Las empresas lácteas, los grandes comercializadores y los transformadores sin duda tendrán argumentos y razones de peso para justificar el precio de la leche que compran, tales como aumento de costes e impuestos, energía, transporte, etc., incluyendo la competencia de las importaciones a bajo precio para las grandes superficies.
El problema de la leche es recurrente. En los años setenta del pasado siglo los ganaderos de una zona de la montaña leonesa se lamentaban de que les pagaban una miseria por cada litro recogido. Un cura emprendedor logró aunar intereses y, a base de persuasión, creó una pequeña cooperativa con el fin de comercializar directamente la producción de decenas de modestos ganaderos y así incrementar sus beneficios. La idea debió de repercutir negativamente en los intereses de la entonces empresa recolectora y de otros negocios subsidiarios, porque surgieron todas las trabas posibles al proyecto y llegaron incluso a enviarle una noche al artífice de la “competencia” un par de matones dispuestos a darle un repaso en el mejor estilo mafioso, sin que el alzacuello del presbítero les disuadiera lo más mínimo.
En cuanto a los quesos, vivimos en una de las zonas más privilegiadas por su calidad, como lo demuestran los múltiples premios y galardones nacionales e internacionales, que los industriales queseros de Castilla y León –por no mencionar otras denominaciones geográficas tanto insulares como peninsulares—obtienen, con tesón y esfuerzo, mejorando las técnicas, innovando y abriendo nuevos mercados. A nada que recorramos España nos percataremos de la gran variedad de productos lácteos que existen en lugares apenas habitados, donde no falta un quesero emprendedor que, dentro de los límites de un mercado necesariamente reducido, ofrece calidades excelsas, dignas de competir en los foros más exigentes. Unos pocos centenares de ovejas de distintas razas proporcionan la materia prima para que el experto artesano elabore un queso inigualable, único. Por eso duele contemplar esos asperges lácteos que desde las cubas riegan de blanco las carreteras, esas por las que transitarán las protestas de los transportistas (y las de los agricultores, y los pensionistas, y los metalúrgicos, y los sanitarios, y los policías, y...). En fin, que esto es la leche.
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