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CIRCUNSCRIBIENDO a Salamanca el estado de terror que sembró ETA en nuestras vidas hasta hace cuatro días, y cuyas consecuencias aún sufrimos TODOS -no sólo ... las víctimas directas-, los atentados contra el coronel Heredero y el comandante Aliste no existieron; para esta democracia de pandereta tomada al asalto por políticos descerebrados e impúdicos, el terrorismo “etarra” fue una tormenta que se desvaneció en el mar. Para esta España indolente y cafre, el cese de la violencia de ETA fue una buena noticia “laboral”: se acabó el “coñazo”, que diría Rajoy, de ir a funerales con caras afligidas; se acabó el aplaudir a los muertos (hay que ser muy cínico e imbécil para aplaudir a los muertos, a los que sólo habría que llorar y hacerles justicia). Estamos, nos dicen, en paz. Franco No. ETA sí. Franco Asesino. Otegui hombre de paz. Y mil muertos criando malvas con la espada de la duda sobre sus tumbas, que para eso España es un país profundamente ignorante y olvidadizo: algo habrían hecho para merecerse un tiro en la nuca. Algo habrían hecho sus esposas, sus maridos, sus hijos, sus nietos, sus amigos... Algo habríamos hecho todos para merecernos aquello... y esto: tragar con un Gobierno sostenido por terroristas, por un Parlamento, que se supone la soberanía nacional, en el que se sienta la escoria terrorista y decide por todos nosotros. A esto hemos llegado mientras nos apisonaban el cerebro con partidos de fútbol y “salvamés”.

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