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Ayer acompañé a Maribel y a Catalina, chicas del 67, a vacunarse. Fue todo un acto de normalidad, de pensar “todo está bien”. Poco después, ... esperando desde las vallas -me sentía un espectador en una etapa de alta montaña del Tour de Francia- me llamó la atención una chica rubia con un precioso TAG-Heuer amarillo en su muñeca. Más normalidad. En un mundo chino y vulgar, un cronómetro suizo es una alegría para la vista y para la esperanza. Cierran las oficinas de los bancos y alguien lleva un reloj de los 90 que nos habla de Ayrton Senna, el hombre que amaba los segundos. Los domaba, vivía en ellos mientras fuera el mundo era lento y amable. Ya ven, hablo de normalidad, de velocidad, de caballeros, de las mujeres bandera del 67, y de canciones de Shirley Bassey, mientras James Bond, Alberto Estella y José Luis Garci me matan martini tras martini en el “Cock” de Madrid. Normalidad.
Pero no, esto es España y la anormalidad ha llegado para quedarse. Arriba es abajo y la locura es la nueva cordura. El terror es un parque de atracciones y los hijos de la gran puta de ETA siguen siendo las reinas tullidas de la fiesta. Anormalidad. Porque anormal (subnormal y paranormal) es ver a Pedro Sánchez visitando en Vitoria junto a los Reyes la réplica del zulo en el que Ortega Lara estuvo secuestrado 532 días y 532 noches por los compañeros de Gobierno de este individuo. Para no parar de vomitar, para exiliarse en los anillos de Saturno. Vale todo y por nuestra democracia y por nuestra higiene moral como sociedad, esto no puede seguir así. Nos cargamos a Franco de nuestra memoria histórica (la Historia ES la Historia), del Valle de los Caídos, del medallón de la Plaza o de los libros de texto, y celebramos el terror más salvaje de quienes se sientan el Congreso y sostienen a este Gobierno fratricida. No hay quien pueda con esto, y sólo sueño que, como ha ocurrido en Madrid, la sociedad española eche cuanto antes no a los sinvergüenzas, no a los criminales del COVID, no a los inútiles (e inútilas). Eche, echemos al terror de una vez. ¡Basta ya!, ¿acaso no tuvimos bastante?
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