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Es Lunes Santo, y ya pasó la Borriquita por Salamanca, con Jesús sobre sus lomos, abriéndose paso entre los ojos de sorpresa de los niños, ... mientras los mayores se sonríen, felices de poder apear su pensamiento –aunque solo sea por unas horas– de un presente lleno de incertidumbre.
Es Lunes Santo y en las calles salmantinas ya están en paso los desfiles procesionales y el temblor emocionado de las gentes, al ver esas imágenes que, a los que más y a los que menos, les llenan de evocaciones familiares y de tiempos ya vencidos.
Es Lunes Santo y los turistas y forasteros han llegado a Salamanca, como se esperaba. Y da gusto ver la ciudad en el difícil equilibrio entre lo religioso y lo profano, tan viva y reluciente, tan perfumada de incienso y de rumores festivos.
Es Lunes Santo y de sol de primavera. Es Lunes Santo y la juventud cofrade, ¡bendita ella!, está firmemente decidida a hacer público su credo de fe y perpetuar la tradición.
A nadie se le escapa que este no es un siglo precisamente espiritual. A nadie que los asuntos de la Iglesia importan nada o tirando a poco; que las generaciones más jóvenes tienen otras seducciones y prioridades. Pero basta con salir estos días a la calle y respirar lo que se ve, para decirse que a lo mejor no juzgamos como debiéramos. La Semana Santa de Salamanca se ha hecho una convocatoria respetuosa de gentes de todas las edades que guardan silencio al paso de las imágenes sagradas, aunque muchos hayan venido para hacer turismo. Pude verlo bajo mi capucha de hermana de la Franciscana el pasado sábado, cuando mi Cristo de la Humildad se hacía un golpe austero de tambor y un voto de silencio, por las calles de la ciudad vieja. Me estremecí al ver tantos chicos y chicas en las aceras, dentro de un silencio, casi espectral, donde quise advertir las inquietudes y dificultades que a todos ellos les rumian por dentro. Ninguno hemos elegido los tiempos que nos tocan vivir y que nos arrastran por sus derroteros. Y, por norma general, estamos acostumbrados a decir que los últimos siempre son los peores y los más difíciles.
La casualidad me ha llevado a encontrar una revista de la Semana Santa de 1943, donde he podido leer las amarguras y quejas de aquella Salamanca de hace 80 años. Una Semana Santa que clamaba por salir de su pobre rango e impulsar su nombre más allá del Tormes. Hoy, orgullosa, Salamanca puede presumir de 20 años de distinción como de Interés Turístico Internacional. Y presumir de 18 cofradías, hermandades y congregaciones que, con sus diferencias, están decididas a que no se olvide la historia del drama... de un hombre justo.
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