¿Es la hora de volver?
Lunes, 4 de octubre 2021, 05:00
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Lunes, 4 de octubre 2021, 05:00
Las plataformas de la España vaciada han dado un paso adelante. Hace unos días saltaba la noticia de que iban a postularse para los diferentes comicios, consiguiendo que viejas glorias del bipartidismo se revolvieran al ver temblar los pilares de su chollo. Algunos de los ... expresidentes han salido a la palestra, sutilmente, para ir tomando posiciones. Y sí, señor Aznar, España es un solo Estado, pero no un solo pueblo. Y no señor González, los gobiernos con 27 partidos no son aberraciones, sino un indicador de la salud democrática del sistema, y no el abrazar el discurso vacío de los de Abascal, que, tras ese espectáculo constante de victimización, no tienen ni una sola propuesta encaminada a la mejora de las necesidades de las provincias y del mundo rural más allá de mensajes de castañuela y paella (ni siquiera chanfaina).
Dejando atrás las cosas que apestan a naftalina, esta Revolución de las Provincias me ha hecho plantearme una pregunta: ¿Es la hora de volver al pueblo? Y soy consciente de que el planteamiento de la cuestión es erróneo: creer que esto es una elección libre difiere bastante de la realidad. Habrá quienes quieran volver y no puedan. Quienes quieran marcharse y no puedan. O quien simplemente no tenga otra opción factible. ¿Pero qué supone realmente volver? Creo que en ocasiones romantizamos la vida rural. Eso de huir al pueblo porque “necesitas un cambio en tu vida” suele tener un recorrido bastante corto. Y no, no me refiero a quienes se mudan al alfoz, sino a aquellos municipios que están “en el culo del mundo”, a decenas o cientos de kilómetros de los núcleos urbanos. Aquellos en los que hemos oído de boca de transportistas, desubicados y novios que vienen a conocer el pueblo de su pareja, eso de “aquí es donde se da la vuelta el aire”.
Y es que volver implica más cosas que las visibles. Aquellos que nos criamos en un pueblo hemos crecido en un contexto donde el primer objetivo de la adultez es irte de allí. Desde bien pequeños, se repite aquello de “estudia y vete”. Porque claro, del pueblo hay que salir. Y con este constructo, quedarse significa fracasar, significa que no has podido aspirar a más, que no eres lo suficientemente buena como para que la ciudad te integre. Y así, volver, implica un sentimiento de retornar a la casilla de salida. De ser un “perdedor”. Y entiendo que algún lector se pueda sentir indignado tras leer estas líneas. Y los pueblos tienen infinidad de cosas positivas. Más allá de la naturaleza y de la tranquilidad, volver al pueblo significa tener la opción de no estar consumiendo constantemente. Frente al modelo de ciudades que te empujan a gastar inconscientemente, con calles sin sombras y parques sin bancos, vivir en un pueblo te saca de las dinámicas estresantes de escaparates y necesidades infundadas que no necesitamos.
Pero, en cierto modo, hay que ser realista: no todo es maravilloso. Volver, especialmente cuando no se tiene empleo o cuando se quiere encontrar uno, puede ser un infierno. La oferta laboral en los pueblos es prácticamente nula. Y, además, a mayor formación, menor es la probabilidad de encontrar un trabajo acorde con la misma. Y no, no es clasismo, es veracidad. ¿O acaso hay ofertas para un sociólogo en Navasfrías? ¿O empleo para una química en Cabeza de Framontanos? Y no solo es el empleo.
Es el ocio (desde ir a una discoteca llena de desconocidos a poder degustar un pabellón venezolano); la salud (ejem, ejem); el encontrar pareja si no la tienes ya; o el no tener la opción de ir a la sede de la empresa eléctrica que te está timando con tu tarifa variable; pero bueno, al menos sabes que esos de paella y castañuela no se acercarán por aquí.
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