Epistolomanía
Sábado, 4 de septiembre 2021, 05:00
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Sábado, 4 de septiembre 2021, 05:00
Querido lector(a): Espero que al recibo de la presente esté bien, yo también, gracias a Dios. Quiero contarle la historia de una pareja que ... llevaba saliendo apenas dos semanas cuando ella, Karina Blanco, tuvo que venir a un curso a Salamanca, de los que prestigian nuestra Universidad, desde el pionero profesor Real de la Riva, hasta el actual rector Rivero. Dejó desolado en Manchester a Shaun Usher. Y decidieron seguir su relación durante la estancia de ella en Salamanca, escribiéndose. Él afirma: “Durante esos diez meses que vivimos a cientos de kilómetros de distancia, no solo me enamoré de la que iba a ser mi mujer (ya nueve años casados), sino de las cartas escritas”. Y le dio por recopilar epístolas de notables como Napoleón, Bethoven, Simone de Bauvoir, Nelson Mandela, Mick Jagger a Fidel Castro.... Ha publicado con ellas el libro, “Cartas memorables”. Fin de la historia. Espero le haya interesado. Este que lo es, Don Estella, qesm.
A Karina y Shaun, gracias a las epístolas, no le hicieron falta los polvos de la madre Celestina para enamorarse. No fueron watsaps con su deplorable jerga, ni frígidos emails. Fueron cartas. Hoy son una antigualla como “La niña de la estación”, que partiendo el tren le suplicaba al ambulante de Correos, “¡Al llegar escríbeme!”. Hay que meterla en un sobre, pegarle un sello y confiar que llegue. Hasta los abuelos acudimos a los móviles para comunicarnos. Pero el género epistolar tiene una brillante historia. Baste decir que Santa Teresa escribió unas 15.000; y Unamuno - siempre córpore insepulto -, más de 3.000. Él mismo se calificó de “epistolómano”. Eran tiempos en que más de la mitad de la población era analfabeta y para cualquier escrito acudían a un letrado (como la enamorada de Campoamor “Escribidme una carta, señor cura/ Ya se para quien es...”). En Salamanca a finales del XIX, hubo unas covachuelas consistoriales que se convirtieron en escribanías para socorrer iletrados, con “banqueta, pupitre, papel y tinta, donde los covachuelistas escribían cartas...” - de encargo, claro -, según nos ilustró aquí el buen amigo José María Hernández (Recuerdo nostálgico las que leí y redacté siendo alférez en La Coruña, para reclutas de aldea coitadiños, que no sabían leer ni escribir).
Mas para cualquier jurista o aprendiz, la carta “pata negra” se estudia en los testamentos. Comienza: “Pacicos de mi vida, todo mi amor para ti”. Manuscrita por Matilde, diciéndole a su marido que le deja todo. Cuando falleció, le disputaron la herencia dos sobrinos, pero el Tribunal Supremo, en sentencia histórica, la consideró un testamento ológrafo válido, y otorgó la condición de heredero único al viudo.
El género acabó con las muchas cartas que escribió Camilo J. Cela (Cartero honorario) y las que se dirigieron Miguel Delibes y Paco Umbral. En Valladolid les unió el periodismo, uno maestro y el otro novicio. Un día Umbral, ya figura incipiente en Madrid, le escribió a Delibes confesándole: “Eres el ligue más largo que he tenido en mi vida”. Fue un intercambio epistolar ajeno a una futura difusión, con sus autores desinhibidos. “Escribes como meamos” le caligrafió Delibes; y Umbral le contestó despidiéndose con “un abrazo, macho”.
Usher destaca de su recopilación, la carta del Nobel de Física Richard Feynman, a su esposa: “No puedo amar a nadie más. Incluso muerta eres mejor que cualquier persona viva”. Me recuerda el bellísimo soneto de Quevedo, cuyos despojos “polvo serán, más polvo enamorado”; y a José Cadalso, destinado en Salamanca como militar, por haber concluido aquí sus “Cartas marruecas”, y porque dice la leyenda que pretendió desenterrar a su amante. En fin, ustedes recordarán por “Salvar al soldado Ryan” (cuatro hermanos muertos en la IIª Guerra mundial), la emocionante carta que Abraham Lincoln remitió a la madre de cinco hijos muertos en la guerra civil americana, orgullosa “por haber realizado tan costoso sacrificio en el altar de la libertad”.
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