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Desde que los partidos políticos se han echado a perder incorporando a diestro y siniestro civiles a sus listas electorales, este ojo que observa se ... pregunta qué o cuáles son las expectativas que se esperan de esos movimientos circenses. Es bueno que la sociedad civil se incorpore a la vida pública, pero hay ocasiones en las que no es suficiente la buena voluntad. Y no me refiero a nadie en concreto ni a ningún partido en particular, entre otras cosas porque todos lo hacen o lo han hecho, lo digo fundamentalmente porque lo que me preocupa, es el objetivo último de estas acciones. Los juguetes rotos no les gustan a nadie, máxime cuando estoy convencida de que todos ellos se asoman a ese mundo público con ánimo limpio de aportar ideas e imagen, pero no sólo de pan vive el hombre y menos de buena voluntad.
A lo largo de la Historia, dedicarse a la “cosa pública” nunca fue algo baladí. Si no lo fue en tiempos pretéritos, imagínense en los actuales donde el conocimiento de la justicia, la economía, los mercados, las relaciones internacionales, el ámbito comunitario, el equilibrio de las relaciones entre países fuera de nuestro ámbito socio-económico-cultural, la emergencia de las nuevas potencias, los nuevos retos de las tecnologías, los cambios terribles de las sociedades tradicionales hacia no se sabe qué, la lucha por el medio natural, el problema de la despoblación, independentismos, populismos...y todo lo que conlleva su regulación jurídica o la interpretación correcta o beneficiosa para la ciudadanía o en lo referente a los I+D+I...unido todo ello a una larguísima e interminable retahíla de aspectos, pone los perfiles de nuestros representantes políticos en un nivel elevado, si queremos que nuestras vidas no queden sólo al arbitrio de la buena voluntad.
Tal vez la sociedad civil debería, no sólo elegir a sus representantes como se hace en la actualidad sin poder ejercer control alguno sobre su actuación hasta las siguientes elecciones, sino que podrían componer un órgano de control donde los políticos elegidos dieran cuentas sobre determinados aspectos muy sensibles a la ciudadanía y que supusiera un filtro a su actuación. Algo parecido a lo que tienen las universidades españolas que, además del Consejo de Gobierno que tiene cada una y que está compuesto por elegidos del ámbito interno de la docencia, existen los Consejos Sociales compuestos por miembros de la sociedad civil amén de otros estamentos no académicos propiamente dichos, que se encargan de velar por la buena acción y de la repercusión social de cuanto allí sucede.
Más de uno/a pensará que si éramos pocos parió la abuela, pues no. Todo se arregla con prestigio y sin dinero. Seguramente ahí se vería la verdadera vocación del ciudadano al control de sus representantes, para que no se desviaran de sus promesas y de sus responsabilidades cuando se comprometen ante la ciudadanía al aceptar un cargo.
Pero... “Largo me lo fiáis Sancho”.
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