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Opté en su día por integrarme en un nuevo rebaño. Uno tiene su cuota de gregario. Vivo confinado en el cuarto de una dehesa, llamado “ ... El Ovejeril”, donde, como es natural, pasta un rebaño de ovejas. Y escribo el día de Bernarda, la Santa (no precisamente la protagonista del dicho decidero), la pastorcita francesa a la que se le aparecía la Virgen en Lourdes, aquella de “La canción de Bernardette” que en los salesianos vimos obligadamente hasta hartarnos - a pesar de sus Oscar-, y que me parece que es la patrona de los pastores, con permiso de los tres portugueses de Fátima. He vivido tantos años en la grey católica, aceptando que el Señor es mi pastor- “Él me conducirá por cañadas oscuras”-, con tantos beneficios espirituales, que quiero incorporarme a otra tropa bien distinta. La de los que buscan la inmunidad del rebaño, tratando de huir del lobo que quiere meterse en la majada y diezmar el hato. O sea, que estuve a la cola de los octogenarios y me han puesto la primera dosis (Pfizer). En breve espero me administren la segunda, para seguir borreguilmente en las redes de los nuevos pastores —científicos y políticos—. Es, sin duda, la única manera eficaz de protegerse contra el bicho, y lo que es más importante, estando ya en el aprisco, no dañar, preservar al prójimo.

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