Enseñar deleitando
Sábado, 5 de junio 2021, 05:00
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Sábado, 5 de junio 2021, 05:00
Don Juan Iglesias, veguillense, en el recuerdo
Conrado es un maletilla legendario, de los que hacían tapia en las placitas de tientas. Se retiró con ... 82 años (tiene 94) porque un toro le pegó dos cornadas. Cuando vio en el yacimiento arqueológico de “Siega Verde”, cerca de Ciudad Rodrigo, una de las pizarras en las que un habitante del Paleolítico Superior, había grabado un toro, le dijo sabiamente al periodista: “De ahí mana todo”. No dijo empezó, se refirió a un manantío, del que surgió la lucha del hombre con el toro, y 20.000 años después el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo, en suma, nuestra Fiesta Nacional. Viene esto a cuento no solo del justo homenaje que a Conrado le darán los mirobrigenses, sino por dos poderosas razones: la existencia de tantos Adanes, que creen que el mundo empieza con ellos; y el desprecio usual hacia nuestras raíces.
Si es universalmente aceptado que somos herederos de la cultura greco-latina, que en ella está “de toda tradición el manadero” (Unamuno), el origen de nuestra civilización occidental, ¿cómo diablos volvemos a plantearnos que desaparezca la enseñanza del griego y del latín? Digo volvemos porque ya sucedió durante el franquismo, cuando el ministro Solís, nacido en Cabra, preguntó para qué coño servía el latín, y el erudito Muñoz Alonso replicó: “Para que a SSª lo llamemos egabrense”. De Cabra -la romana Igabrum-, y además muy taurina, es la hoy vicepresidenta del Gobierno doña Carmen Calvo. Para no faltar al respeto a ella y al latín -que el sanchismo se quiere cargar-, no la llamaremos como merece, sino egabrense.
La palabra democracia la definió Platón, no Pablo Iglesias ni Pedro Sánchez, que como en el verso machadiano “desprecian cuanto ignoran”. Vulneran la democracia, porque la corrompen con demagogia, palabra también griega que significa “arrastrar al pueblo” (Aristóteles la definió como “forma corrupta o degenerada de la democracia”). Nuestra cultura y nuestra lengua se han decantado durante siglos, dejando huellas indelebles. Los helenismos en nuestro idioma son muchísimos, más que los intrusos anglicismos. Si no los desdeñáramos, sabríamos que el estomatólogo no es un cultivador de tomates; o que en la fachada plateresca más famosa del mundo, no orla a los Reyes Católicos el “Tanto monta, monta tanto” Isabel como Fernando, (como les juro que afirmaba un folleto turístico, redactado por un paniaguado), sino: “Los Reyes a la Universidad y la Universidad a los Reyes”. Tampoco diríamos, como aquella jumenta miss Madrid, tan mona ella, “la espada de Demóstenes”, sino de Damocles.
Es ciertamente una “tragedia” eliminar el estudio del griego y el latín, como escribió aquí esta misma semana un catedrático. Sería “como empezar a estudiar historia a partir del siglo XX”, como sostenía la periodista de LA GACETA Rosa Domínguez (enhorabuena, Rosa por ese premio periodístico del jueves). No hay que suprimirlos, sino hacerlos amenos, como hacía “Yemitas”, el salesiano don Eduardo Gancedo, latinista excelente. O el recordado catedrático de la USAL, Gregorio Hinojo, cuyas seductoras clases eran un festejo de la palabra y del humor. Con la claridad y atractivo de nuestra Amelia Castresana, acabada de premiar con el prestigioso “Ursicino Álvarez”, que explica todo sobre esa “antigualla” del Derecho Romano, incluso el viejo machismo (“La imbecilidad del sexo femenino” en aquellos tiempos). Recordemos, en fin, la vieja máxima de Horacio, prodesse et delectare, enseñar deleitando. Actualmente lo personifica una zaragozana de apenas 40 años, humanista excepcional, cuyo Premio Nacional de Ensayo 2020, “El infinito en un junco” -más de treinta ediciones-, es el libro más culto, entretenido y didáctico que he conocido en los últimos años. Pero basta con leer sus artículos periodísticos en internet, o adquirirlos reunidos (“El pasado que te espera”, o ”Alguien habló de nosotros”), para constatar cómo la profesora Vallejo ilumina nuestra rabiosa actualidad, mirando siempre a la antigüedad grecolatina.
Me sumo a quienes imploran a los catetos que nos gobiernan que se mantenga la enseñanza del latín y del griego. De ahí, y del Cristianismo, mana casi todo lo que somos. Acaso evitaría que un ministro como Garzón volviera a decir “he proponido”. Y sabríamos que cuando una amiga está en la cama con amígdalas, es que tiene inflamadas las anginas (almendras del griego y latín), y no está de revolcón con un muchacho griego. En fin, un bachiller por Salamanca debe defender esas dos lenguas, no tan muertas, pero también las que dieron origen a nuestro universal “Trilingüe”, la cátedra de las tres lenguas semíticas, árabe, hebreo y arameo (la lengua de Cristo, en la que algunos dicen jurar). Desde hace mas de cinco siglos se enseñan en nuestra Universidad. ¡Vítor!
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