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Si lo tiene a mano, estos días de encierro, merece la pena leerlo. El “Ensayo sobre la ceguera” es un relato extremo, del genial José Saramago, sobre una pandemia que cubre de blanco la vista de la población de forma repentina, salvaje e inexplicable. La ... enfermedad hace saltar por los aires todo el sistema de convenciones de la sociedad y deriva en una lucha fratricida por la supervivencia, en la que el egoísmo hace desaparecer cualquier atisbo de civilización.
El impresionante relato del Nobel de Literatura no es, ni mucho menos, el espejo exacto de la situación que usted y yo vivimos en estos momentos. Pero si tiene algunos reflejos similares en los que mirarse para no caer en la tentación del egocentrismo, la avaricia o el desconsuelo. Sobre todo me remito hoy a la obra de Saramago por su título. Me ha venido bastante a la cabeza estos días. ¿Cuántas veces hemos ensayo la ceguera? Muchas, diría yo. En lo político, lo social o lo económico. Comenzaron por taparse los ojos los responsables de casi todas las instituciones, intentando no mirar de frente al ejemplo Italiano que nos mostraba el coste de la inacción. Ensayó la ceguera buena parte de la sociedad retrasando la evidencia de tener que suspender eventos, ferias, Fallas, fiestas, reuniones o besapiés. Y se le nubló la vista a la economía ante el horizonte de un parón inconcebible a las puertas de la primavera y de la Semana Santa. “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo no ven”, dice el médico en el libro de Saramago.
Hasta que el enemigo invisible nos ha abierto los ojos de un guantazo. La salud se impone sobre el orden establecido. Lo que estamos viviendo es una de las mayores pruebas colectivas e individuales a las que se puede someter a una sociedad. Se trata de medir nuestra capacidad de ser civilizados haciendo desaparecer algunas de las normas que nos hacen serlo. Se trata de medir la resistencia ante un enemigo que no podemos ver, ni tocar. “Lo difícil no es vivir con las personas, lo difícil es comprenderlas”, dice también Saramago en su relato pandémico.
El virus infecta nuestras rutinas y nuestras comodidades. No se me ocurre mejor ejercicio para aprender a valorar todo lo que cada día tenemos a nuestro alcance. El agua, la electricidad, el calor, un paseo, la comida, una conversación, el deporte, los amigos, los encuentros, los abrazos, las risas, los besos, los viajes, el trabajo, la playa, los paisajes o el olor a tierra húmeda... Ordénelo como quiera. Pero sepa también que un virus es capaz de darle la vuelta a todo, para cribar nuestra escala de valores y de paso recordarnos lo frágiles que somos y lo fugaces que podemos llegar a ser. Está ahí, en el aire, inerte. No demos nada por hecho cuando todo esto se acabe....No ensayemos más la ceguera, por favor...
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