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ESTA semana ha tenido lugar en el teatro Liceo un ciclo de conferencias en torno a la concordia, en el que participaron Alfonso Salgado, Marcelino ... Oreja y Ricardo de Luis Carballada. El tema no podía ser de mayor pertinencia, y los intervinientes abordaron el concepto de concordia desde ópticas diferentes: la concordia en el periodo de pandemia, en la Transición y en el momento actual.
Concordia es una de esas palabras que de vez en cuando -y dependiendo de determinadas situaciones políticas- afloran en los discursos y en los medios, con el fin de que el concepto que interioriza y expresa sirva de revulsivo, apele al ejemplo, inste a la armonía, a la cohesión social, a la fusión de la voluntad colectiva, a la equilibrada convivencia, a promover el bien común en una sociedad mejor y más justa.
Ya Cicerón, en su De Republica sostiene que la concordia es fundamental para que exista una sociedad estable; es un cimiento fundacional que consolida a un estado y que tiene su plasmación en la llamada concordia ordinum, es decir, un deseable acuerdo entre todas las clases sociales y entre todos los ciudadanos. Lo contrario sería la seditio (sedición) o discordia, equivalente a la revolución que promueve cambios profundos y radicales en el orden social, una auténtica amenaza para la libertas. Ortega les dedicó algunas reflexiones a estos conceptos ciceronianos. Ambos vocablos, concordia y discordia, participan etimológicamente de la misma raíz latina, pero con distinto prefijo; ambas apelan a nuestras más íntimas fibras cordiales, al corazón, a la sensibilidad.
En Salamanca hemos tenido el ejemplo de San Juan de Sahagún y su Acta de Concordia de 1476. Pero si nos aproximamos a la época actual, puede que nos venga a la memoria una emotiva frase grabada en la lápida bajo la que reposan los restos de quien creyó firmemente en ella: Adolfo Suárez. En su tumba -y también en los muros de nuestro edificio de las Escuelas Mayores- leemos: “La concordia fue posible”.
En el Patio de Escuelas tenemos lo que para Unamuno era la auténtica imagen de la concordia: el gesto de meditada calma que emana de la broncínea mano de Fray Luis serenamente extendida. Ese semblante tranquilo evoca aquello que don Miguel escribiera a finales de julio de 1936, cuando una España dividida se desgarraba en orgías de sangre, violencia y crímenes perpetrados por ambos bandos: “Al ir diariamente a mi despacho de la rectoral, contemplo y admiro la estatua de Fray Luis de León... y su gesto admirable, la mano tendida como aconsejando calma y meditación, me parece la encarnación más acertada del consejo que puede darse en estos momentos actuales”. En esa concordia, tan añorada por Unamuno, el corazón le hablaba al corazón. Pero, por desgracia, nadie parecía escucharle. Y así nos fue.
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