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Empiezo septiembre con una de esas lecturas inolvidables, en las que, inevitablemente, el lector se encuentra a cada paso consigo mismo. Se trata de ‘Ficción ... para multitudes’ (Ed. Pez de plata) de mi querido y admirado Luis Artigue, donde el disparate es tan lúcido como el propio autor.
Un viaje postpandemia, desde el centro del universo de Nathaniel Mortimer (historietista de cómics de terror, fallecido por COVID en Nueva York) hasta el mismísimo infierno. De la mano de la directora de recursos humanos del otro mundo y secretaria de dirección de Dios, Matelda Loewenstein, el dibujante, casi sin aceptar que él ya un semi muerto y que la muerte es irreversible, recorre los nueve círculos del infierno (todos en la torre Trump), hasta acceder al que ocupa el mismísimo Príncipe de las Tinieblas.
Allí acude, no para encontrarse con su padre, como cree, sino para efectuar una entrevista de trabajo con el mandamás del mal, a la que lo conduce su escritor favorito, Philip K. Dick. Se trata de una novela de humor, desde luego. Pero es que no hay herramienta más poderosa para hablar de las cosas serias que el humor.
Un humor ácido irreverente, a veces despiadado, machista y brutal, que nos hace caminar a ritmo de la Comedia de Dante (que aprendemos por qué acabó siendo divina), por una historia donde van compareciendo, uno tras otro, nuestros propios miedos, nuestras angustias, nuestros defectos, las relaciones con los demás, esa figura del padre a la que tantos quieren matar y algunos asesinan en la realidad...
La novela, de ingeniosa estructura, no resulta un viaje sencillo ni para su protagonista, que ha de ir deshaciéndose en confesiones concatenadas en las que revela su compleja y atormentada personalidad, ni tampoco para el lector que encuentra un texto difícil, a veces enrevesado, cultísimo y repleto de transtextualidad.
Pero precisamente por todo eso, es un viaje apasionante, en el que acompañamos a Mortimer, casi deseando confesar también nuestros propios lados oscuros, encontrar al padre que no nos valoró o entender a la madre a la que nunca colocamos en su sitio... Es todo pura fantasía.
Pero una fantasía repleta de reflexión y de verdad, donde, como escribió hace poco Lorenzo Silva, todos acabamos volviéndonos un poco friquis, para pretender que, como lo somos, no pertenecemos al mundo donde vivimos. Es un retrato de nosotros mismos, de nuestro mundo y de nuestro tiempo tan divertido como doloroso. Una recomendación para una rentrée que se avecina dura...
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