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A estas alturas de crisis y descontrol sanitario, hablar de la inutilidad y de la desfachatez de los políticos, sobre todo de los políticos de ... izquierda, de los de izquierda radical, de los populistas, de los nazi-onalistas, y de los terroristas sin más, es hablar de “lo normal”, de la vieja y de la nueva normalidad. Digamos sin rodeos que estamos ya acostumbrados a que lo peor de lo peor, los tontos de los tontos, los malos-malísimos, se hayan hecho con el control de la política española, da igual una diputación de la España más profunda, aunque España ya es toda ella profunda, que el Ayuntamiento de Barcelona, nido de payasos y de payasas que, con la que tenemos encima, y ellos en particular, se dedican a despojar al Rey Emérito de sus distinciones pasadas, y supongo que merecidas. Ay, los odios y las envidias, ay ese diablo que cuando no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas.
Da igual la Justicia hiperpolitizada (la gran corrupción de la democracia española), que el Parlamento, que el Gobierno de la nación, todo es un chiste sin ninguna gracia: estamos en manos de lo peor. Todo es casta, todo es tráfico de influencias, todo es corrupción. Y digo todo, no caigamos en el buenismo de que ya pasará, que volverán tiempos mejores, y que de repente la gente volverá a ser seria, profesional, responsable, educada, y con dos dedos de frente. Y hasta se quitarán el chándal y los tatuajes imposibles. Pues no. Hemos convertido Occidente en un basurero social, donde sólo impera el sálvese quien pueda y la envidia a deshechos morales como Pablo Iglesias: a la masa no le molesta su choza de Galapagar, ni coleccionar ministerios en la familia, lo que le molesta es no ser él. Porque el problema es que la felicidad, su alcance, o el placer de la superación humana han desaparecido del catálogo de objetivos y sensaciones en la vida.
Estamos a las puertas de volver al colegio y observo escandalizado el panorama: nadie en el puesto de mando. Nadie. Todo palmadas al viento. Seis meses del coronavirus campando a sus anchas y seguimos escuchando las mismas gilipolleces a Fernando Simón, ídolo de progres trasnochados, y consecuencia de esa España de botellón que hemos montado entre todos: progres trasnochados y sin principios por un lado y horteras de bolera por otro. Gentes siniestras.
Y esta es la realidad: la educación de hoy congelada y la generación mejor formada de la historia, eso dicen cual letanía, deambulando. Lo siento.
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