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Lo dice el vítor que la Universidad dedicó en el año 2011 a Adolfo Suárez en el claustro de las Escuelas Mayores, con las mismas ... palabras que después se inscribieron en la lápida de su tumba en la catedral de Ávila: “la concordia fue posible”. Y lo explicó muchas veces Santos Juliá, probablemente el mejor historiador español de su generación, cuya lucidez extraordinaria echamos ya tanto en falta. El elogio de la concordia, de la superación de las diferencias, fue en otro tiempo, hace unos cuarenta años, a la salida del franquismo, parte decisiva del ritual que acompañaba a los debates políticos, hasta convertirse en una especie de bien superior que había que preservar a toda costa. Tanto se repitió la palabra, como otras cuyo uso se generalizó entonces (acuerdo, consenso, reconciliación), que acabó por arrojar a la marginalidad a quienes sostenían aspiraciones diferentes (ruptura, revisión del pasado, justicia retrospectiva) que, aunque fuesen plenamente legítimas, no coincidían con las asumidas por una muy amplia mayoría de la sociedad, deseosa ante todo de emprender un camino nuevo. Existían conflictos, naturalmente, porque no otra cosa cabe esperar de sociedades plurales y complejas, pero actuaba al mismo tiempo la voluntad de superarlos, integrándolos dentro de un marco general de decisiones que debía contener espacios suficientes para todos.

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lagacetadesalamanca Elogio de la concordia