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Mi lucha contra la ignorancia, la mediocridad y el ejército de horteras que campan por España, nuestros talibanes particulares, ha sido un completo fracaso. Hace ... veinte años regresé a España desde los Estados Unidos con la ilusión desbordada de que podría trabajar por un país mejor, por una Salamanca mejor. Regresé con la idea clarísima de que quienes tuvimos la suerte de tener una formación diferente y otras experiencias -en mi caso en lo que entonces era la vanguardia del mundo- podríamos, y lo consideraba además un mandato social y moral, contribuir a una España no solo situada en el G8 económico, que lo estuvo, sino también en el social e intelectual, que es donde fallábamos, pues no éramos capaces de quitarnos la caspa. Recuerdo sentirme avergonzado: ¿Sería cierto que África empezaba en los Pirineos y que nosotros poco o nada teníamos que ver con la crème de la crème de Europa, que es donde realmente nos sitúa la Historia? Vivía entre mi espíritu imperialista, entendido como un lugar abierto, libre y cultivado, y mis complejos: la vergüenza y la impotencia ante lo chabacano, ante el retrasado vocacional, ante el vago profesional.

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