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Mi lucha contra la ignorancia, la mediocridad y el ejército de horteras que campan por España, nuestros talibanes particulares, ha sido un completo fracaso. Hace ... veinte años regresé a España desde los Estados Unidos con la ilusión desbordada de que podría trabajar por un país mejor, por una Salamanca mejor. Regresé con la idea clarísima de que quienes tuvimos la suerte de tener una formación diferente y otras experiencias -en mi caso en lo que entonces era la vanguardia del mundo- podríamos, y lo consideraba además un mandato social y moral, contribuir a una España no solo situada en el G8 económico, que lo estuvo, sino también en el social e intelectual, que es donde fallábamos, pues no éramos capaces de quitarnos la caspa. Recuerdo sentirme avergonzado: ¿Sería cierto que África empezaba en los Pirineos y que nosotros poco o nada teníamos que ver con la crème de la crème de Europa, que es donde realmente nos sitúa la Historia? Vivía entre mi espíritu imperialista, entendido como un lugar abierto, libre y cultivado, y mis complejos: la vergüenza y la impotencia ante lo chabacano, ante el retrasado vocacional, ante el vago profesional.
Me construí, como cualquier exiliado, una burbuja paralela en la que plasmar mi idea de la felicidad social, mi propia “pax romana”, y puse todo mi cariño en un microcosmos con todo aquello en lo que yo creía. Y aunque a veces miro hacia atrás y lamento cosas, no lamento aquel regreso, porque regresar me trajo -previo peaje del tiempo perdido- a un nivel superior de felicidad, sólo achacable al destino y a los encendedores “Bic”, que es mi pieza fetiche.
No voy a hablar de antes de esos veinte años, pero sí de estos veinte años últimos en los que España se ha derretido como nieve sucia en el asfalto, dejando a los españoles expuestos a la vulgaridad y al desánimo absolutos, que es donde estamos. Nos han dejado abandonados, sin presente, sin futuro y con el pasado vergonzosamente modificado por memorias falsamente históricas y fascistamente democráticas. Sin políticas educativas, ni fiscales, ni culturales, ni defensivas, ni internacionales.
Abandonados en una cuneta al albur de la casualidad o de que un subnormal proponga elegir a una mujer sobre un hombre en caso de igualdad. Así estamos y aquí aterricé en aquel vuelo de “Delta” Atlanta-Madrid.
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