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En medio de todo este vértigo político casi se me pasa citar al actor Juan Antonio Quintana, recién fallecido. Fue grande y mereció más ... reconocimientos de los que tuvo. Quintana fue el último actor que pisó las tablas del viejo Liceo aquel 5 de febrero de 1994 cuando el teatro de los Torres Blanco bajaba el telón, como había anunciado unas semanas antes el empresario Santiago Rodríguez Conde: esto no da para más. Fue una función reivindicativa, con el propio Quintana en el escenario defendiendo al teatro, las salas, a la cultura. Creo que estaba también su hija Lucía Quintana y estoy seguro de tener a mi alrededor a muchos del teatro salmantino. Fue una noche triste, llena de fantasmas, como en “La sonata de los espectros”, la obra que se representó esa noche, de August Strindberg, un autor que acabó abducido por la autodestrucción. La obra la había estrenado en 1907, cuando el mundo se precipitaba al desastre de la I Guerra Mundial, y termina con el protagonista decepcionado porque la casa de su admirado Hummel es un recinto de traiciones y fantasmas. Quizá Pablo Casado tenga ahora esa impresión de Génova, la sede de su partido. Pero quiero esquivar el asunto para no sumarme al coro de informaciones y opiniones. El Liceo, aquel día, bajó su telón, pero con ello no acabó convertido en solar, como el Bretón, ni en edificio comercial o residencial. La Capitalidad Europea de la Cultura vino en su auxilio y volvió a abrir con otras hechuras y raro es el fin de semana que no acoge una o dos funciones teatrales. Estuve en la reinauguración el 1 de marzo de 2002, así que pronto se cumplirán veinte años de aquello. La presidió la reina Sofía y vimos a la extraordinaria Nuria Espert representando “Medea” de Eurípides, figura interpretada por grandes de la escena, desde Margarita Xirgu a Aitana Sánchez Gijón o Ana Belén. Es una curiosa coincidencia que el Coliseum, inaugurado en 1933, lo fuera con la “Medea” de la Xirgu y Enrique Borrás, adaptada por Miguel de Unamuno. Galdós triunfó con “Electra” en el Liceo y hace poco lo hizo Pedro Casablanc con la también galdosiana “Torquemada”. Ahora que vamos hacia el carnaval hay que recordar los bailes de máscaras del Liceo como las primeras proyecciones de cine e incluso la proyección de las primeras imágenes grabadas en Salamanca. Todo ello y más eran espectros aquella noche de febrero de 1994, la del cierre, que paseaban espantados por el patio de butacas, las plateas, palcos y hasta el gallinero. Y el bueno de Quintana los vio desde el escenario y eso inspiró, seguro, su discurso. Pues esto, se nos había pasado por este trajín post electoral y genovés, que nos tiene en un sin vivir.

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