El silencio de los hombres buenos
Jueves, 24 de septiembre 2020, 05:00
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Jueves, 24 de septiembre 2020, 05:00
Steve Jobs argumentaba que si el consumidor no tenía una necesidad había que crearla para poder venderle el producto que la colmase. Jobs era muy ... listo, pero cuando él iba nuestros políticos ya volvían. Estos mercachifles de la cosa pública que padecemos han seguido una estrategia más nociva: primero han generado los problemas y luego nos han vendido las soluciones.
Pablo Iglesias, Monedero, Colau o Echenique, por nombrar algunos, son trapaceros del voto -y no les va mal-. Hace algunos años sus indigentes cabecitas se dieron cuenta de que había un segmento del espectro político que no estaba cubierto y decidieron explotarlo. ¿Se acuerdan del lema ‘no nos representan’? La consigna era toda una declaración de intenciones pues buscaba aglutinar a esos votantes que no se identificaban con los señores de corbata y zapatos que transitaban por el Congreso. Su objetivo era, y sigue siendo, esa parte de la población que calza deportivas, peina rastas, fuma porros y usa vaqueros descosidos.
Pero el tiempo pasó y, al igual que Felipe González colgó la pana en favor del hilo y del traje sastre, Pablo se mudó de Vallecas a Galapagar. Mismos perros...
Estos especímenes de la política, desde Felipe a Rufián, vieron en el servicio público una forma de prosperar. Este último, el Rufián -a quien le exaspera que le recuerden de dónde salió-, era un charnego, sin oficio ni beneficio, que se moría de hambre por las esquinas de Badalona. O Monedero, la vileza hecha carne y al que considero uno de los personajes más ruines, abyectos y rastreros del panorama nacional. Un hipócrita que tiene las asaduras de criticar a la sanidad privada cuando es el primero que va a la clínica Ruber; de vocear contra Ayuso y dos horas después ir a disfrutar un buen tinto en una de las terrazas más exclusivas de Madrid, o de insultar a los amantes de la tauromaquia para luego ponerse fino a rebujitos en una peña taurina de Sanlúcar. En esa ocasión saboreó las amargas mieles de su cacareado jarabe democrático y parece que no le gustaron pero, sin duda, repetirá.
No tenemos políticos buenos porque quienes mejor desempeñarían tales cargos no quieren meterse en política. A un chairman o a un estadista de la banca de inversión no se le ocurre ensuciar su nombre -y mucho menos degradar su sueldo- para ir a vocear a un gallinero de locos.
Que cien millones de moscas coman mierda no significa que la mierda esté buena, pero parece que a gran parte de la población de este país le encanta comer de la basura y basura será lo que reciban. Hasta hartarse. El problema lo tenemos aquellos que, no siendo coprófagos, vamos a disfrutar, igualmente, del pestilente menú.
Bon appétit.
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