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El silencio, tan grato, tan inmenso y bello cuando se escoge, resulta aterrador cuando se impone. El sábado Salamanca, como tantas otras ciudades de España ... se quedó en silencio. Justo antes de las diez, las últimas cañas chocadas en un brindis nostálgico de volver a tiempos pasado, esta vez sí mejores, preludiaban una noche sin gente y sin ruidos... En definitiva, sin vida. Cercados por el virus, los salmantinos, se guarecieron en sus casas, sin saber, como el resto de los españoles, si esta es la medida correcta. Si sus 22 horas de tiempo límite o las 23 de otros servirán, además de para acallar las ciudades, para que el COVID-19 se apiade de nosotros y nos deje volver a ser como éramos. En esta restricción que comenzó el sábado y se extenderá en principio 14 días, pero que tiene visos de durar hasta abril o mayo –el Gobierno confirmará- reaparecen los miedos a un futuro golpeado duramente por el confinamiento, la desescalada y los fracasos continuos por contener esta plaga del siglo XXI, que nos tiene desorientados.

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lagacetadesalamanca El silencio