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Hace 50 años, Carmen Martín Gaite lo dejó casi todo dicho de Salamanca: “Me gustaba sentarme en las terrazas de los cafés de la Plaza ... Mayor, y me estaba allí mucho rato mirando el ir y venir de la gente, que casi rozaba mi mesa, escuchando trozos de conversación de los otros vecinos, tan cerca sentados unos de otros que apenas podían cambiar sus sillas de postura”. Y eso que en la época de Entre visillos no había cuarta fila y se respetaban los pasos de entrada y no había veladores bajo los soportales.
Sí había averías en los trenes de Madrid que hacían el viaje eterno. Es Pablo, pero es ella, visionaria Carmiña. Aunque solo vivió hasta los 23 años en la ciudad, mantuvo siempre un contacto cimentado en intensos recuerdos. Los paseos en bici hasta la calle Bordadores, la quietud del Campo San Francisco donde iba a leer o a pintar. La Catedral, el río y todo lo que rodea la plaza de su infancia, los Bandos.
Cuánto he jugado en esa plaza, decía. Su bautizo en El Carmen, el susto de los bombardeos en el refugio junto a la Casa de María La Brava. Sus escapadas. Me gusta pensar que una directísima carta suya a Lanzarote contribuyó a evitar la tropelía del aparcamiento subterráneo. Hoy, allí, una estatua la recuerda. Y poco más.
El día que Martín Gaite murió, en mi primer verano de prácticas, recogí algunos testimonios. En la sede antigua de RNE, Nacho Francia me puso en el revox a Carmiña cantando aquello de Salamanca, la blanca. Era una canción que se tomaba muy en serio, como a la ciudad.
Seis años después, la Consejería de Cultura de Silvia Clemente compró a su hermana Ana su legado, una inmensidad de documentos (sus primeros cuadernos escolares, diarios, dibujos, fotos, recortes). Un tesoro para comprender a una de las mejores escritoras en castellano, imprescindible en los estudios hispánicos de las más prestigiosas universidades del mundo.
Adquirido el legado, se adscribió a la Biblioteca de Castilla y León. Se trasladó a Valladolid y de Valladolid no ha salido. Ana Martín Gaite me contó que pasó cinco años intentando encontrar un encaje en Salamanca sin conseguirlo: “No es nada nuevo, en esta Universidad nunca se la valoró”.
Justo el año que moría Ana, unas profesoras salmantinas iniciaban El Legado de las Mujeres, para subsanar la ausencia de referentes femeninos en los manuales escolares. En su primera visita al Ayuntamiento, la asociación pidió ayuda institucional para que los fondos de Carmen vengan a Salamanca. Hay motivos, espacios, Universidad y hasta un consejero de Cultura salmantino para sacar ese legado de un cajón y crear aquí un foco de estudio y dinamización en torno a una figura única.
En 1982, Carmen rodaba en Salamanca un documental para TVE. Al llegar al Patio Chico, se recostó en la piedra: “Aquí es donde algún día quisiera reposar para siempre”.
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