El regreso de Caín
Sábado, 20 de noviembre 2021, 04:00
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Sábado, 20 de noviembre 2021, 04:00
Hemos enterrado nuestros muertos y
nuestros rencores”. Marcelino Camacho, 1977.
A los cuatro meses exactos de las primeras elecciones democráticas, el 15 octubre de 1977, ... los representantes del pueblo español – con contadas excepciones -, aprobábamos la Ley de Amnistía. Suponía la liberación de todos los condenados por el franquismo, y el olvido de graves desmanes de la dictadura. La defendió en la tribuna, con el hemiciclo conmovido – y bastantes lágrimas -, un hombre indomable, que había pasado por las cárceles franquistas la mitad de su existencia. Era secretario general de Comisiones Obreras, Marcelino Camacho, recién salido de prisión por las medidas de gracia de Suárez. El nervio de su emocionada intervención fue: “Hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores”. Era una decisión histórica, de enorme generosidad, que muchos votamos soñando la superación de las intolerables dos Españas. Y conscientes de que quedaban impunes unos 100 asesinatos de ETA – algunos amnistiados volvieron a matar -, y suponía la liberación de miembros del GRAPO, Terra Lliure y otras organizaciones terroristas. Voté entonces a favor, y hoy volvería a hacerlo, pero indignado y entristecido, porque regresa la machadiana sombra errante de Caín.
Pues no Camacho, no. Lo que entonces enterramos está siendo hoy exhumado por vuestros propios herederos comunistas, que están en el gobierno. Pero con picos y palas suministrados por el PSOE, carcomido por el sanchismo, excavador de viejos resentimientos, desde el primer traidor a aquella ley de amnistía. Zapatero fue quien abrió la caja de los truenos con su Ley de la Memoria Histórica, llamada certeramente de “arqueología del rencor”. Buscar los cadáveres de los antepasados en las cunetas para darles digna sepultura, yo mismo lo hubiera hecho. Remover los corazones para infundirles resentimientos, es toda una traición a la patria al fin apaciguada. No olvidemos que la exhumación del odio está alentada por los sucesores de aquellos que aplaudieron la amnistía, noblemente entusiasmados: en la primera fila de su bancada, Felipe, Guerra, Múgica, Peces Barba, Marín y Nico Redondo (en foto que el jueves fue portada de ABC).
Pues no, señor Azaña, tampoco han hecho caso sus actuales correligionarios de las hermosas palabras que pronunciara aquel 18 de julio de 1938, para cuando nos volviera a hervir la sangre iracunda o nuestro genio se enfureciera de nuevo con el odio. No, no han escuchado la lección de los muertos en aquella guerra fratricida, que “abrigados por la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor... y nos envían el mensaje de la patria eterna, que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón”. Sus legatarios de ahora no quieren saber nada de la revolución de Asturias del 34, de la que Indalecio Prieto dijo “me declaro culpable, ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera”. Como los comunistas pretenden ignorar las checas o Paracuellos del Jarama y sus más de tres mil fusilados.
Los comunistas y socialistas que ahora atacáis la Ley de Amnistía, no habíais nacido o erais niños en el 77. Lo hicisteis libres gracias a la magnanimidad de vuestros padres, con el recuerdo doloroso del abuelo. Pero ¿qué habéis hecho por la democracia, si se os dio regalada? No sabéis historia ni queréis estudiarla; no sois ni parias de la tierra ni famélica legión; no queréis a España ni poseéis patriotismo constitucional; y rastreáis como sabuesos pistas del siniestro franquismo de hace más de medio siglo. ¿Pero qué sangre corre por vuestras venas? ¿Es acaso el formol de conservar cadáveres? Emponzoñáis de nuevo lo que tanto costó alcanzar. ¡Dejarnos en paz a los hombres de buena voluntad! ¿Y por qué los socialdemócratas de bien estáis acochinados, sin gritar vuestra protesta? Ya no tengo edad para la lucha, pero mientras os dediquéis a desenterrar el rencor, o a callaros, caiga sobre vosotros el más profundo de mis desprecios.
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