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Todavía hoy muchos de los mayores de Tejares no tienen claro que la anexión del pueblo a Salamanca, en 1963, fuese una buena idea. Para ... la ciudad fue –dicen— un pelotazo, por las fábricas que había entonces y el suelo que se incorporaba a Salamanca, pero para el pueblo no fue buen negocio. Las mejoras prometidas en aquel pleno de anexión por el gobernador civil de la época y el alcalde de entonces llegaron muy despacito o sencillamente nunca lo hicieron. El alcalde actual, Carlos García Carbayo, está liderando un proyecto de auténtica integración de Tejares en Salamanca, que terminará con que todos los salmantinos veamos a Tejares como un barrio igual que a Garrido y Prosperidad, algo que hoy, la verdad, cuesta.
Este proyecto tiene como eje el Tormes, el río, que pronto contará con otro puente o pasarela (qué mala prensa han tenido las pasarelas en Salamanca), en esta ocasión en Huerta Otea, y dejará los tiempos en los que se cruzaba el río por esta parte en barca en historia, como los barqueros que realizaban el trayecto, o alquilaban sus barcas para que las parejas de novios se perdieran en las frondosas islas tormesinas. También acortará la romería a pie de La Salud. Por allí estaba el ventorro del “Castigo”, que dio nombre a un barrio. Contaban nuestros mayores que el “Castigo” era Eustaquio Diéguez Rodríguez, apodo que atribuían al carácter de su esposa, la señora Cruz. Era espacio de huertas, como indica su nombre y la noria de sangre recién restaurada, algunas de ellas propiedad de los marqueses de Castellanos, que tenían su residencia de verano en Tejares, que luego ocuparon teatinos y después la DGT. Se ven sus jardines desde la pasarela de La Salud, que pasa al lado del viejo molino, de la fábrica de luz y la pesquera natal de Lázaro de Tormes, que inmortalizó a Tejares, como también Lope de Vega en “El alcalde mayor”, con aquel personaje que era “graduado por Tejares, en utroque y utreque”. Uno conoció una Huerta Otea muy diferente a la de hoy, que era la que se veía desde la Cueva de la Múcheres, y estaba al otro lado de la Feria de Muestras que después se hizo campus universitario. Por allí estaba la “chopera”, con sus merenderos y sus barcas, que acogía a muchas familias cuando llegaba el calor. También esa parte del Tormes se cobró su tributo en forma de ahogados accidentalmente o no. Al otro lado, en el de Tejares, el barrio aparecía como un pueblo, con su estación ferroviaria, y algunas fábricas salpicando el paisaje. Ya digo, nada que ver con lo de hoy, y probablemente distinto a lo que veremos en unos años. Así que, quizá, comience ahora a ser un buen negocio la anexión. Pero no sé qué pensarán los mayores del barrio.
En un cuaderno de notas apunté hace tiempo que la auténtica Huerta Otea estaba frente a Tejares allá por 1858, que fue de Agustín Maldonado y Carvajal, uno de los marqueses de Castellanos, que tenía su residencia en su palacio de Tejares, y que en 1942 la adquirió Valentín Carrasco Cano, de los conocidos “Serranos” y “Carrascos” del Mercado Central. Cuentan vecinos con edad del barrio, que Agustín Maldonado dejó la Huerta Otea a su sobrino, conde de Monterrón, cuya esposa y condesa se la vendió a su rentero, Valentín Carrasco, pero habrá, sin duda, más detalles. Hoy, las huertas de entonces son huertos urbanos y se encuentran al otro lado de la pasarela que se inaugura en otoño. Huertos a los que acuden a diario decenas de paisanos a doblar el espinazo por unos tomates de reglamento. Con el nuevo puente tendrán esos huertos, la Virgen de La Salud y Tejares, más cerca.
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