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Una se siente nueva y distinta cuando viaja por primera vez después del confinamiento. Las mascarillas, los geles, los guantes, las señalizaciones, las distancias..., todo ... forma parte de esa nueva normalidad a la que nos hemos acostumbrado sin remedio. Si los aviones y los trenes son una incógnita (¿cuándo me tomarán la temperatura? ¿dónde deberé entregar los papeles que me han hecho rellenar? ¿cómo me atenderán?), los hoteles lo son aún más (¿habrá bufet en el desayuno? ¿Las pinzas de los alimentos serán para todos? ¿las piscinas podrán ser utilizadas como antes...?). Pero las ganas de compartir con la familia y los amigos y de celebrar la vida siguen intactas. Por eso nos amoldamos a lo que haga falta, temerosos de tener que volver a recluirnos. Es una posibilidad que sigue en el aire y que nos atormenta. Sobre todo a quienes aún siguen en el duelo de unas pérdidas difíciles de asimilar, por inesperadas y tortuosas en la no despedida. Nuestra vida ha cambiado en lo general, en ese día a día que hoy, más que nunca queremos aprovechar, sin saber qué nos impondrá la realidad tras las vacaciones. Y cómo no intentar hacerlo, si en los días de asueto, cuando brilla el sol y el mar y el cielo invitan, aunque sea con horarios y contradicciones, se tiende a pensar que todo es como era o, que si no lo es aún, acabará siéndolo.
Yo he hecho ya ese primer viaje, por trabajo, y la sensación de reírme tras el deber saldado, bajo la mascarilla, mirando el mar –podría haber sido la montaña o la meseta-y descubriéndome para el gintonic de rigor, aún me mantiene contenta, días después de haber concluido. Pero el sabor del recuerdo es agridulce porque he comprobado que todavía queda mucho tiempo y esfuerzo para que volvamos a relacionarnos como antes, si es que alguna vez llegamos a hacerlo.
La vida ha cambiado. Y nos exige que nos comportemos con cautela. Y no encuentro mucho para celebrar. Salvo que tal vez este sea el año en el que, por imposibilidad y presupuesto, gocemos, por fin, de las maravillas de nuestro país, en península y en ínsula, eclipsadas por tantas opciones lejanas, que nos impidieron prestarle la atención que merecen. Y será bonito porque lo miraremos todo con ojos nuevos, incluso aunque ya los hayamos visto.
El primer viaje de este año, será distinto. Nosotros también lo somos. Y hay que aprovecharlo.
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