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Recuerdo bien el día en el que descubrí ese pajarito azul con el que ahora anda jugando ese caprichoso millonario llamado Elon Musk.
Corría el año 2010, yo andaba aún dirigiendo y presentando programas de televisión a diestra y siniestra y alguien me dijo que ... si el pajarito azul no sobrevolaba nuestros destinos, acabaríamos por desaparecer.
Desaparecimos, porque lo hacen todos los programas de televisión y porque, en nuestro caso, lo hizo también la tele (Telemadrid), que por entonces mantenía la pugna más salvaje y estúpida que yo he visto entre el poder político y el sindical, en contra (desde ambos lados) de los trabajadores. Como cabeza de espacio y “líder carismática” de la cosa, decidí que no me quedaba otra opción más que la de lanzarme al vacío y entregarme a las alas del pajarito azul.
Desde entonces hasta ahora, casi trece años después, y con menos exposición pública en televisión, pero la misma o más entre unas y otras colaboraciones en los distintos medios, Twitter ha pasado de ser un lugar que me fascinaba a otro que no me interesa lo más mínimo y en el que solo estoy por la responsabilidad del alma periodística, que casi me obliga a pretender estar al tanto de todo. He vivido experiencias angustiosas en esta red azul que ahora anda en peligro, por obra y gracia de su nuevo dueño.
Es verdad que también he descubierto personas y discursos curiosos y que me he enterado de asuntos que, de otro modo, me habrían pasado desapercibidos pero..., me he tragado bulos, han estado a punto de crucificarme por alguno de mis artículos (y no por los más comprometidos, sino por los más impopulares, de deporte , por ejemplo).
Me he visto nombrada, catalogada, etiquetada y vilipendiada por muchas personas que la mayor parte de las veces se escondían detrás de pseudónimos o anonimatos completos, he comprobado que algunos de mis compañeros se creen tan en posesión de la verdad como para sentirse mesías y he llegado a aborrecer a todos aquellos que cuelgan en esta red cualquier estupidez que se les pasa por la cabeza.
¿Sigo en twitter? Sí. De momento, no puedo evitarlo, porque siento como si borrarme fuera pecado. Sin embargo, si Musk sigue jugando con el tema y acaba por masacrarlo de manera definitiva, casi sentiré más paz que pena en la despedida, mientras me retiro a mis cuarteles de Instagram (mucho más amables y menos pretenciosos) y solo volveré a referirme al pájaro azul, para nombrar el poema de Bukowski (extraordinario, por cierto) que lleva ese título y que les recomiendo.
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