El padre y la primavera
Sábado, 20 de marzo 2021, 04:00
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Me gustan las palabras, casi todas. Aunque a veces las maltrate. El laureado Francisco Brines, buscando el porqué, comienza confesando: “No tuve amor a las ... palabras; / si las usé fue... por envejecer con algo de memoria / y alguna claridad”. Pero concluye: “Debí amar a las palabras”. Hoy mismo (ayer para ustedes), enlazo algunas amorosas: padre, patriarca, patriarcado, patria, compatriota, repatriar... ¡Padre! Su figura se yergue ante mi. Revivo la escena figurada del poema machadiano: “Sus grandes ojos, de mirar inquieto... / ya escapan de su ayer a su mañana; / ya miran en el tiempo, ¡padre mío!, / piadosamente mi cabeza cana”. Me parece que él observa con indulgencia desde la pantalla, mis cabellos blancos. Me dio la vida, me educó en su fe, me enseñó la profesión, y derrochó ejemplo.
Hoy también, en 1812, se aprobó nuestra primera Constitución, “la Pepa”. Cuando en 1977 algunos constituyentes nos creíamos Adanes, arrogantes padres de la patria, olvidábamos los esfuerzos de muchos españoles de anteriores generaciones, que permitieron alcanzar la concordia a los supervivientes de la guerra. Convivieron en la dictadura sin rencor. Fueron nuestros padres, a los que hoy recordamos. Por ellos, y por sus hijos, fue posible la Constitución de 1978 y la amnistía -la reconciliación-, todo ese rico patrimonio inmaterial que ahora, otros adanes resentidos, “los nietos”, revisionistas de una historia ejemplar, reinterpretan a su antojo y pretenden destrozar. Mi padre fue uno de aquellos adelantados. Era joseantoniano, vistió la camisa azul con el yugo y las flechas, que “tu -mi madre-, bordaste en rojo ayer”, pero no participó en los desmanes de sus correligionarios, igual de aborrecibles que los perpetrados por los adversarios. Estuvo entre los precursores del académico “atraer y acordar los ánimos desunidos”. Fue de los muchos que quisieron una tercera España, sin vencedores ni vencidos, en la que el mayor esfuerzo, el más generoso, fue obviamente de los perdedores. Restañó en lo posible el asesinato del diputado socialista Manso, de lo que dio fe la amistad y gratitud de la viuda, Fe García Encinas, que se prolongó en mí; colaboró decisivamente en la pronta liberación del injusto presidio del ex ministro y amigo Filiberto Villalobos; influyó igualmente en la salida de la cárcel del Juez Domingo Segarra (condenado a muerte por haber sentenciado conforme a derecho, algunos falangistas), haciéndole pasante suyo; siendo católico y de derechas, mantuvo unas inmejorables relaciones con su cuñado, mi tío Fernando Galán (prestigioso catedrático de Biología), ateo, comunista y todo un caballero; y, en fin, su médico de cabecera fue también notoriamente descreído y de izquierdas, su amigo -y mío-, Ángel Zamanillo, más tarde senador constituyente por la candidatura del “Botón Charro”. Mi homenaje a todos los esforzados padres y abuelos que, como él, ayudaron a lograr la pacífica convivencia.
Para qué seguir, si en la naturaleza, precisamente hoy, aunque con frío, “volverá a reír la primavera”. Tanto frío que “pensará la primavera que tal vez se ha equivocado”, según ha escrito una monja de Antequera. No se ha equivocado. Entra la estación apoyada en el báculo milenario de la luz, igualando con la oscuridad. Los robles y los álamos siguen desnudos, pero la perenne encina ilustra el paisaje, el trigo empezará a encañar, la cigüeña pondrá su primer huevo, la lagartija anda encelada, la pradera luce más verde que nunca y las charcas están llenas, algunas tapizada su lámina por los habituales ranúnculos blancos. “Azul era la altura y era esmeralda el suelo”, de Neruda. Todo es vida, pero en el Congreso una mayoría ha aplaudido no la vida, sino (tres minutos largos) la “buena muerte”. ¿Al Cristo que lleva ese nombre? ¡No!, porque ni siquiera podrá desfilar en la Semana Santa malagueña, a hombros y brazos de los caballeros legionarios. Aplaudieron el triunfo de la eutanasia, que es el fracaso de la vida, el suicidio asistido. Sospecho lo que en este trance diría mi progenitor: un cristiano no puede aceptar ese anticipado final, cuando su Redentor aceptó la pasión y muerte en la cruz, y habiendo cuidados paliativos...
La primavera no se ha equivocado porque “se nos prohíbe el beso, y está prohibido el abrazo”. Llega puntual, a las doce horas de mandar estas notas, 7:30 de la madrugada. Por eso, con la indulgente mirada paterna sobre mi cabeza cana, la recibo con la hermosa sencillez de la Hermana Lucía: “¡Bienvenida primavera!, hueles a incienso y a ramo, / con tu traje de colores y los cantos de tus pájaros. / Ven a pintar de azul cielo, esta tierra que habitamos. /¿No sentís que en este mundo, algo nuevo está brotando? / Sí, será la primavera, que está apresurando el paso”.
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