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Hace unos diez años, “Porsche” insertó en la prensa estadounidense un anuncio de su 911 Carrera Cabriolet en el que se mostraba la foto de ... un niño haciendo los deberes, aunque por la ventana mira un precioso 911 rojo aparcado enfrente. La frase publicitaria principal era: “No se preocupen, padres. Lo que empieza como una distracción puede convertirse en motivación”...
Ese anuncio, ya entonces, pero no digamos hoy, sería incomprensible en España para una gran parte de la ciudadanía, que ve la solución a sus problemas en el Estado (“el dinero público no es de nadie”, se jactan los socialistas), en la corrupción (economía sumergida y desempleo, bajas e incapacidades ficticias), y en la picaresca generalizada que busca vivir del cuento eternamente. Y es que lo que escuchamos tantas veces a modo de chascarrillo, es una verdad como un templo: en España trabajamos cuatro... Pero el problemón es que la vaca no da más leche. Las clases pasivas (niños, desempleados, prejubilados, jubilados y caraduras profesionales) ya asfixian a un sistema que bendicen nuestros partidos políticos (PSOE y PP) y, por ende, sus gobernantes, y que ahora elevan a los altares los predicadores del suicidio social, léase “Podemos”, léase Pablo Iglesias, léase Pedro Sánchez y los seguidores de su secta “sanchista”.
El anuncio de “Porsche USA” no tendría ningún sentido en la España de hoy, sencillamente porque la palabra “motivación” ha desaparecido del diccionario, entre otras muchas, como responsabilidad, reflexión, autoestima, capacitación o aptitud. Hemos cambiado la motivación por la subvención, el trabajo por el sofá, la creatividad por la cerveza, el desarrollo humano por los ronquidos, la elegancia por el chándal, el sabor por la pastelería industrial. Y todos tan contentos con las “ayudas” del catálogo de compra del voto, como la última, la renta mínima vital, cuando lo único vital es la vida. Que nos la faciliten, que nos ofrezcan una sanidad digna, que no nos lleven a climas de guerra civil, de ocio desatado, o que no nos dejen morir como ratas por haber cometido el pecado de tener 90 años, como hemos visto últimamente en un gran ejercicio de terrorismo institucional, ¿verdad mis queridos verdugos, mis pequeños inútiles?
Regalan dinero para comprar el voto de los incautos, de las chonis, de los vagos... Regalan dinero porque no saben hacer otra cosa, no saben construir, ni gobernar, ni legislar ni, por supuesto, buscar la felicidad y la convivencia. Regalan dinero -que no tienen- para encerrarnos en un campo de concentración de borregos.
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