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En los últimos días el cosmos ha debido mutar sin que me haya enterado, una alineación de planetas abocados a un agujero negro es la ... única explicación que encuentro para el fenómeno observado hace unos días: la rectificación de Renfe.
Un milagro burocrático, más de Berlanga que de Frank Capra, que hace concebir algo de esperanza en que las reiteradas quejas y denuncias de una injusticia pueden tener algún efecto en una sociedad de pose y anestesia como la actual.
Después de que nos hayamos pasado, y este periódico entre los primeros, varias semanas denunciando el abuso de los ‘jetagratis’ que reservaban billetes de tren solo porque el bono les sale gratis (20€ de franquicia) y luego no viajaban provocando el fenómeno de los ‘vagones fantasma’, Renfe ha anunciado que penalizará a los que abusen de esa práctica. En principio se quedarán sin esa franquicia y se estudian otro tipo de sanciones.
Qué no habrá pasado en la férrea estructura de uno de los mastodontes burocráticos de este país para se haya reconocido, no expresamente pero sí de facto, que se ha cometido un error en la gestión de estos bonos y que se estaba realizando un abuso, cuando no un fraude en toda regla.
Hace tan sólo dos semanas, cuando ya se mercadeaba en las redes sociales con estos billetes, Renfe negaba la mayor y afirmaba que “solo pasaba en algunos territorios”, expresión que dejaba entrever que los castellanos y leoneses nos habíamos quitado la fama de santurrones del país para convertirnos en la vanguardia de la picardía patria.
No nos vendría mal, pero no. El problema no era puntual y geográfico, es de calado y general.
Que el gobierno se vaya a gastar 660 millones de dinero público en la gratuidad de estos bonos no significa que salgan gratis. Los pagamos todos, con impuestos que están crujiendo a muchos trabajadores y empresarios.
Por eso es más sangrante la política manirrota y descuidada de los gestores que han dilapidado recursos mientras dejaban tirados en los andenes a los que de verdad necesitaban estos billetes.
Ya peino las suficientes canas para saber que la asunción de responsabilidades de esos gestores está en lo más profundo del agujero negro.
Nadie rendirá cuentas de todo el dinero que se tiró o se dejó de ingresar. Nadie reconocerá el error, pero sí es de agradecer que la indolente burocracia haya encontrado el colágeno suficiente para torcer el brazo. Aunque no se acostumbren, puede que no sea más que un milagro de Navidad.
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