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En el último tercio del XVIII el capitán James Cook tocó tierra en la isla Sur de Nueva Zelanda y desembarcó allí una oveja y ... un carnero, confiando en que pudieran procrear e iniciar de este modo el desarrollo de una nueva especie en las antípodas. En su diario no se especifica la raza, pero sí deja triste constancia de que ambos animales murieron al poco tiempo, seguramente, sospecha Cook, por haber ingerido alguna planta venenosa que la ovina pareja desconocía. Sin embargo, un siglo después las tierras neozelandesas estarían pobladas por ovejas, carneros y corderillos de razas muy variadas. A mediados de los años ochenta del siglo XX setenta y cinco millones de ovejas pastaban en Nueva Zelanda. Hoy apenas se contabilizan veintisiete millones, de los que las merinas –al contrario que en Australia— son minoritarias. Aun así, hay más de trescientas explotaciones ganaderas dedicadas a este tipo de ganado.
Los productores de lana insisten en su carácter de elemento natural, orgánico, aislante y biodegradable, contrariamente a lo que sucede con los microplásticos tan extendidos en todos los niveles de la biosfera. De hecho, la industria transformadora abre cada día nuevos mercados en el mundo. La idea subyacente es que con la lana se pueden hacer desde zapatos hasta alfombras, aislamientos térmicos en la construcción, ropa de bebé e incluso tablas de surf. Esta última aplicación puede resultar un tanto extraña, pero en un país surfero como Nueva Zelanda y muy concienciado desde el punto de vista ecológico, los fabricantes demuestran que la mezcla de resinas con lana es mucho más ligera y flexible. Algunas multinacionales de la moda ya promocionan sus modelos de calzado, para lo que cuentan con la imagen de gentes del mundo del espectáculo que lucen las novedosas creaciones lanares. Ahora hacen furor en España unas zapatillas de lana merina que sólo se venden por internet y con lista de espera. Recientemente, una empresa neozelandesa ha conseguido colocar diez mil mantas de lana en los más lujosos hoteles de Las Vegas, y otros varios miles en una multinacional de cruceros.
Los fabricantes de fibras sintéticas no están dispuestos a dejarse comer el sustancioso mercado que han acaparado durante décadas. Se dice que quienes viven de los derivados del petróleo financian ciertas campañas pseudoanimalistas. Sin haber visto una oveja, denuncian el maltrato durante las labores de esquileo. No saben que, si no se liberaran de la capa de lana, las ovejas acabarían muriendo asfixiadas, comidas por parásitos y cegadas por sus propios mechones. La actriz norteamericana Alicia Silverstone protagonizó un anuncio en el que aparecía tal como vino al mundo enmarcada su figura en el texto “Antes desnuda que llevar algo de lana encima”. Pues ella se lo pierde.
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