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Ha mucho tiempo que me contaron la historia de un loro singular que pasó de vivir en la libertad de los manglares africanos a ocupar ... la cautividad de una jaula en el cuarto de estar de un piso de Barcelona, donde un salmantino y una catalana intentaban solucionar sus diferencias matrimoniales. Los hechos sucedieron en aquellos años en los que la emigración había arrastrado a Cataluña a cientos de castellanos, en busca de un sueño de futuro que sus trigos y terruños no podían darles. Y era aquella Cataluña de entonces generosa, hospitalaria y cercana, aunque el loro hubiera de ser testigo de alguna de las excepciones. La catalana, con el sentir independentista haciéndole pupa en las entrañas, no tardó en ver al salmantino como a un enemigo con el que compartía cama. Y, a partir de ahí, todo en su boca comenzó a hacérsele un bocajarro de vinagre separatista y antiespañol que el loro contraatacaba con vivas a la patria y, a mayores, a Franco. Pero fue inútil. La situación empezó a ser tan insoportable que el salmantino y el loro cogieron la maleta y la jaula para venirse a respirar los aires del Tormes, donde abrieron las ventanas a una nueva casa y nueva vida, lejos de aquella loca que les había tocado en suerte.
Y fin de un cuento que lleva a otro cuento más actual del que parece ser más difícil poder escapar. Las exigencias del nacionalismo catalán, sus caprichos, sus continuos desgaires, sus tropelías, sus revanchismos y malquerencias... han comenzado a hacerse una hartura y una historia peligrosísima y neurótica. Pero Pedro Sánchez no está dispuesto a llevarle la contraria a la afrentosa “socia”. Cataluña es una de las barraganas a la que el señor presidente ha de amorecer y con la que ha de amancebarse, cumplidamente, si él quiere seguir disfrutando de los placeres del colchón monclovita. Y si la socia pide urnas por el San Valentín de la pandemia, ampliar desconfinamientos, interrumpir toques de queda, demana-m’ho el que vulguis, el meu amor; dice don Pedro relamiéndose el cinismo y la chulería. Sabe que España es ya solo eso: una tropa de bragazas que ni se atreve a tomar las de Villadiego, ni tiene loro que exalte la patria. ¡Ay!
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