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ANTONIO Rodríguez, popularmente conocido como “Lebusia”, era el personaje encargado de fijar los carteles de la empresa de la Plaza de Toros y de distribuir ... las octavillas y los programas de mano que ésta confeccionaba para cada festejo.
Se dio un hecho luctuoso en Salamanca, 26 años antes de que naciera Gabriel García Márquez, que se anticipó al título de la célebre novela del escritor colombiano, “Crónica de una muerte anunciada”. Un camarero del café La Perla, de 36 años de edad, llamado Enrique Sánchez (a) “El Chato”, separado de su mujer que servía en un taberna de la calle de San Justo, el día 29 de agosto de 1901 comenzó a invitar a los clientes y amigos a su entierro, puesto que pensaba suicidarse al día siguiente a las 11 de la mañana, detrás del cementerio. Llegada la mañana limpió en el bar como de costumbre, repartió sus pequeñas pertenencias entre los compañeros y pidió al ama que le sirviera el último café.
Pasó por la taberna de Daniel Pedraz en la plazuela de la Libertad y a las 10:30 se tomó un “perro de vino” con la misma cantinela de que tenía que llegar a las 11 al cementerio para cumplir su promesa. Aunque le tomaran a broma, algunos contertulios salieron tras él y el más perseverante fue el citado “Lebusia”, que al llegar al cementerio pidió auxilio a los dependientes y a un tal Francisco Santos, que por allí pasaba. En el cerro que había junto al cementerio entre el camino del Marín y la vía de la frontera portuguesa, Enrique se sentó en el suelo y llevó a cabo su amenaza utilizando una navaja barbera.
El 12 de julio de 1906 se encontraba “Lebusia”, merendando con los amigos en el ventorro de las Aguas, cuando observó que un individuo intentaba poner fin a su vida atravesándose el pecho con un estoque. Corrió hacia él arrebatándole el arma y con buenas palabras le calmó, ofreciéndose para llevarle a su casa. Se trataba del maestro de Cabezabellosa don Miguel Hernández Madrigal.
Al llegar frente al café Castilla se resistió a seguirle por lo que “Lebusia” le invitó a entrar en la taberna de Pacheco a tomar una copa, mientras daba aviso a las autoridades. Habiendo quedado a mano el arma homicida volvió a intentar suicidarse impidiéndoselo el dueño de la taberna. Llegó el cabo de municipales señor Estévez, acompañado de otro guardia, procediendo a detenerlo mientras el frustrado suicida no hacía más que repetir: “Sea hoy o mañana me mataré, pues necesito 200 pesetas y sin ellas no puedo estar”. Se trataba de un maniático, según su familia, por lo que se optó por internarle en el Hospital de Dementes.
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