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La plaza de Colón en Madrid ha dado mucho que decir y que escribir. Hace años, por las obras de remodelación y el baile de ... la estatua de un lado para otro. No hace mucho, por unos que dicen que se hicieron una foto allí, retrato causante de no sé cuántas desgracias nacionales. Y el domingo pasado, porque los mismos, u otros parecidos, rehuían retratarse en el mismo escenario. Sus razones tendrán. Está visto que Colón, a quien quisieron apear del pedestal en Barcelona, es figura polémica. Parece que en la Ciudad Condal no lo van a derribar porque han descubierto que en vez de genovés (lo que aprendimos en la enciclopedia escolar) era catalán, y el gorro con el que va tocado es, en realidad, una barretina.
La Orquesta Mondragón va a tener que cambiar la letra de su chachachá “El huevo de Colón”, donde dice: “Colón el genovés, Colón el portugués. Colón tenía uno... ni dos ni tres”. Por su parte, La Trinca, a ritmo de calipso, también le dedicó un número musical cuyo estribillo era: “En toda la historia, sin discusión, no hay huevo más famoso que el de Colón”. A pesar de ser un trío catalán, no aluden en su cantata a la nacionalidad del descubridor (se daría por supuesto, digo yo).
Sea como fuere, y aunque Colón equivocara el rumbo y se diera de bruces con una tierra inesperada, a él le debemos la primera “toma de contacto” --por usar la expresión con la que la ministra portavoz del Gobierno describe el roce o interacción escasamente verbal entre Biden y Sánchez-- con los hijos de la madre patria. Ese contacto, para muchas sensibilidades fue, más que un descubrimiento, un encontronazo que, quinientos años más tarde, aún levanta ampollas. Prueba de ello es la fiebre iconoclasta que persigue los emblemas, bustos y efigies de quienes tuvieron mayor protagonismo en el proceso de “confraternización” entre los españoles y las tribus autóctonas, las cuales, en algún caso, se comían unas a otras; pero en cuestiones de dieta, de gustibus non est disputandum.
Recientemente la prensa daba cuenta del desahucio de sus respectivos pedestales, en el aeropuerto de Bogotá, de Cristóbal y la reina Isabel, patrocinadora de la “gesta colombina”. Decenas de monumentos similares han caído de sus peanas desde Río Grande hasta Tierra de Fuego, presa de una desmadrada iconoclasia y de enfurecidas reivindicaciones multiculturales. El chantaje emocional de “nos habéis estado esquilmando, robando y asesinando durante cinco siglos” ya no cuela. Mis antepasados no robaron ni asesinaron a nadie en la otra orilla del Atlántico, y alguno que anduvo por allí, lo más que hizo fue regar la Pampa con su sudor y perder en Cuba todo lo que había ahorrado como consecuencia del latrocinio castrista. Y todo ello por culpa de Colón, el primero, que sepamos, que puso un huevo... ¡de pie!
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