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Lo decía en una esclarecedora entrevista publicada este pasado sábado en este diario el profesor Santi Casanova: “Una mayoría de jóvenes no es consciente de ... lo que sucede en la pandemia”. Casanova da clases de Secundaria y Bachillerato a una media que oscila entre los 200 y 300 alumnos. Algo sabrá de las preocupaciones y ansiedades de estos chavales, de sus apatías y sus lagunas, de sus costumbres y su manera de relacionarse con el mundo. Concedámosle por tanto el derecho a generalizar.
Hace algunas semanas, en una de sus habituales ruedas de prensa Fernando Simón proponía pedir ayuda a los influencers. “No tengo mucha relación con las redes sociales -confesaba-, pero sé lo que es un influencer. Creo que hay muchos influencers en España con una visibilidad muy grande que pueden ayudar a controlar la epidemia”. Y al pobre Simón, saco de boxeo de tantas rabias y frustraciones, le cayó la del pulpo.
Intuyo, sin embargo, que tenía razón. Lo aseguraba también en su entrevista Santi Casanova confirmando las sospechas de muchos padres con alguno de estos especímenes hospedados en casa. Los jóvenes de hoy no ven televisión. Ni escuchan la radio. Y más que una extraordinaria noticia, sería todo un milagro descubrir a alguno cualquier día con un periódico delante de las narices.
Internet gobierna sus vidas. Viven pegados al ordenador, la tablet, el móvil. Las redes sociales, los influencers, el canal de Youtube, todo el abanico de nuevas aplicaciones. Ése es su hábitat y a través de él se relacionan con el mundo, en busca de compañía y diversión, chapoteando entre memes, bulos, canciones, videojuegos, píldoras de talent shows, alguna serie o esporádica película de terror o superhéroes, y efectivamente escasísima información fiable. Conscientes de ello, estaría genial acercarnos a su habitación y contarles con detalle los destrozos de este monstruo vírico. “Las familias -dice el profesor Casanova- deben incrementar la información y la pedagogía para que los jóvenes tomen conciencia y desde ahí aporten su granito de arena”. Y efectivamente, en ello estamos, intentándolo a todas horas ante esa cara de “no me sueltes otra vez el rollo” que esbozan estas pequeñas bombas de relojería cubiertas de rebeldía, hormonas y soberbia que son los adolescentes. ¿Alcanzará con nuestro granito de arena? Mucho me temo que no.
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