El engaño de las mascarillas
Lunes, 6 de abril 2020, 05:00
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Lunes, 6 de abril 2020, 05:00
No hay que ser ni un experto ni una persona demasiado avispada para pronosticar lo que pasará. Cuando se vaya relajando paulatinamente el confinamiento y ... el número de contagios descienda, será imprescindible salir a la calle con mascarilla. Especialmente a la hora de entrar en supermercados, farmacias, panaderías y otros establecimientos que abran sus puertas. Es de pura lógica. De sentido común. En primer lugar porque el país que casi ha vencido (de momento) a la COVID-19, China, así lo obliga. Pero también Corea del Sur, espejo en el que mirarnos en su gestión de la pandemia. Y en segundo por la bomba de relojería que representan los asintomáticos (7 millones en España según el estudio del Imperial College). Y ahí es donde ha estado el gran engaño (uno más) de esta epidemia. Una estafa que traerá cola y que, como otras, ya habrá tiempo de que se aclare para rendir cuentas.
Antes de hablar de lo que nos dicen los que saben de esto, hay un razonamiento de Perogrullo que representa la principal razón para usar mascarilla. Nuestros gobernantes han insistido por activa y por pasiva que esta medida de protección solo estaba destinada a las personas contagiadas. Unos pacientes que, por otra parte, o están en sus casas, o en el hospital. Sin embargo, el principal foco de propagación del coronavirus ha sido, son y serán los asintomáticos. Aquellos que pueden contagiar, pero ni tienen fiebre, ni dolor de cabeza, ni tos seca, ni absolutamente nada. Apliquemos una sencilla regla de tres. Si un infectado con síntomas debe usar mascarilla para estar en su casa, ¿cómo no la va a llevar un infectado sin síntomas que está saliendo al súper o incluso al trabajo? Y precisamente como no sabemos quién tiene en su interior el SARS-Cov-2 y quién no (hasta que no se hagan test masivos), solo nos queda la mascarilla. La única barrera para que ese asintomático que está en el Mercadona comprando fruta no lance su virus a la manzana o a la cajera.
Otra cuestión: ¿por qué entonces los policías, bomberos, barrenderos y empleados de los supermercados tienen la obligación de usar mascarilla y el resto de los mortales no?
La causa de este sinsentido se llama desabastecimiento. No hay mascarillas para la población y el engaño quería evitar que todos saliéramos en masa a comprarlas, como de hecho se hizo. Ahora preparan el terreno para que este producto vuelva progresivamente a las estanterías y, en ese preciso momento, comience a ser obligatorio. No era una cuestión de salud, sino de números. Había unos sectores prioritarios (como es lógico) para proveerlos y el resto tenía que esperar.
Pero esta farsa tiene un trasfondo más grave. La única forma de frenar el coronavirus es que toda la población, y cuando digo toda es toda, se someta a test masivos. De esta forma los asintomáticos se quedarían aislados en sus casas y no se convertirían en la bomba que son ahora. Esa es la clave y la causa de que esta crisis se vaya a alargar sine die.
Y ahora, a por los expertos. José Antonio López Guerrero es profesor de Microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid y director del Departamento de Cultura Científica del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. Su postura es clara. “El virus está circulando libremente entre personas asintomáticas. Por lo tanto no veo mal bajar con mascarilla a la calle porque no sabemos si somos contagiosos u otra persona lo es”, afirma en el portal Uppers. Insiste además en que su uso se hace más necesario cuando tenemos contacto con personas mayores para llevarles la compra, por ejemplo. Un asintomático puede contagiar a un mayor sin saberlo y ese es el problema. Y ese es el peligro de llevar a las casas a ancianos no contagiados de residencias como están permitiendo algunas regiones. ¿Acaso sus familiares se han hecho el test para saber si lo tienen? Si no fuera así, sacaríamos a nuestros mayores de Málaga para llevarlos a Malagón.
El fraude de las mascarillas es uno de los muchos que están sufriendo unos ciudadanos que ahora no están ni para protestar ni para reclamar responsabilidades. Habrá tiempo para hacerlo... con la mascarilla puesta.
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