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En “el disputado voto del señor Cayo”, esa obra maestra de uno de los autores que mejor ha dibujado la España rural, tres jóvenes aspirantes ... a diputados se van un desierto demográfico para hacer la primera campaña de unas elecciones democráticas. En su viaje llegan a un pueblo de apenas tres habitantes. Allí está Cayo uno de esos pragmáticos curtidos en la universidad del campo al que intentan pedir el voto. “Ahora es un problema de opciones, ¿me entiende?”, le dicen los urbanos recién llegados al atento señor Cayo. “Somos de una opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres”, le insisten para convencerle. Hasta que Cayo rompe el silencio y les responde, “Pero yo no soy pobre”.
Esa escena escrita y descrita por Miguel Delibes hace 40 años podría ser de hoy y también de ayer mismo. Esa metáfora del diputado urbano que intenta arreglar el campo, sin entender lo que allí pasa, sigue viva. La España vacía se siente olvidada pero también incomprendida. Esa España sigue hablando un lenguaje distinto al de los programas electorales, porque cree que le ofrecen soluciones extemporáneas que en ningún caso van a servir para llenar la nada. La España despoblada exige soluciones mientras escucha ofertas de campaña, que pueden arreglar parte de la superficie pero nunca el fondo del problema. Hoy los partidos intentan tapar la herida de esos miles de pueblos con bajadas del IRPF, banda ancha, ayudas al turismo o rebajas en las tarifas de los autónomos. Saldos electorales, al fin y al cabo. Tiritas que ya no son suficientes para detener una sangría de la que todos hemos sido testigos con nostalgia. Aquí en Salamanca esa decadencia demográfica se resume en titulares como que dos de cada tres pueblos no ven a ningún niño menor de un año en sus calles, o el que dice que casi un centenar de localidades de esta provincia llevan un lustro sin empadronar a un chaval.
Cuentan que Alfonso XIII tras viajar a Las Hurdes, a principios del siglo XX, volvió angustiado después de ser testigo del hambre, del bocio, del paludismo, del raquitismo y del resto de “ismos” que se concentraban en aquella comarca olvidada de la mano de Dios. Cuando el rey le preguntó al doctor Gregorio Marañón por la medicina para acabar con todo aquello, el eminente médico le contestó “carreteras, Majestad, lo que necesitan Las Hurdes son carreteras”.
Hoy esas carreteras son colegios, institutos, hospitales, tiendas, piscinas, polideportivos, tecnologías, hogares para mayores, centros de ocio, trenes, autobuses.... y toda la lista de facilidades que tenemos usted y yo por el mero hecho de vivir en un núcleo urbano. Todo eso y más es lo que han ido perdiendo los pueblos. Y esa soledad solo se combate con infraestructuras y oportunidades. Quizá sea demasiado tarde, pero solo así se puede llenar algo a la España vacía.
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