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No recuerdo el 11-S. Sencillamente no lo recuerdo porque vivo de forma permanente en el laberinto de ese día de estupefacción y miedo, de ... televisión y horror, de lágrimas y sirenas, de incredulidad y rabia, de polvo y bomberos. Adiós a la libertad y a mi inocencia, adiós también a aquella cena en el “Windows of the World”, cuando yo mismo aspiraba a redimir a Sherman McCoy, incluso a ser un imbécil simpático y guapo como Sherman McCoy. Nueva York era entonces, años 90, una meta, una idea, la verdadera fábrica del mundo (y del mundo feliz), de la avenida Madison a Los Hamptons pasando por las Torres Gemelas, metáfora perfecta de capitalismo y libertad. Hoy hace 20 años del día en que mi vida cambió, 20 años que se me han fundido como el acero y el hormigón de aquellos dos rascacielos cuyo colapso marcó el fin de nuestra felicidad, el fin del esfuerzo titánico de nuestros abuelos y padres por llevar al mundo a un lugar mejor. Y lo consiguieron, porque los que nacimos entre los años cincuenta y los ochenta lo disfrutamos plenamente, disfrutamos de la libertad y del conocimiento, que es justo lo que hemos perdido, lo que hemos olvidado. Como dice la canción, “se me olvidó que te olvidé”.

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lagacetadesalamanca El día en que mi vida cambió