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Mi carrera periodística está jalonada por multitud de episodios propios de la película “El día de la marmota”, en la que se repiten y repiten ... reportajes y artículos sobre temas o problemas concretos, no metafísicos, sin que nada cambie. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, el político es el único que lo hace un millón de veces sin inmutarse siquiera, aplicando con desdén y soberbia el refrán de “ande yo caliente, ríase la gente”. Sí, me siento muchas veces Bill Murray, impotente en una sociedad estancada y feliz de perpetuarse en sus errores. En realidad, mi papel debería ser más el Bill Murray de “Lost in Translation”, pero aquí estoy, de espectador del mismo fotograma.
En Salamanca, mi día de la marmota más recurrente y desesperante es la pérdida de la propia Salamanca. Ríos de lágrimas corren cada vez que piso el centro de la ciudad, lo cual evito todo lo que puedo para no sumirme en un estado de total frustración, la de un salmantino, una persona, un ciudadano que cree en la sociedad como medio de progreso y bienestar frente a la cárcel tecnológica impuesta por el GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y bendecida por el populismo global, da igual que lleve moño, rastas, corbata o un pañuelo de “Hermès”.
Salamanca, lo repito una vez más (y van miles y miles de citas), se muere, es una enferma desahuciada, pero no por la ciencia, sino por el peor de los males: el brutalismo de la ignorancia asumida. Por supuesto, el problema del fin de la ciudad no es exclusivo de Salamanca, pero “mal de muchos, consuelo de tontos”. Por sus características sociales y urbanas, nuestra ciudad -apoyada en su provincia única y fronteriza- tendría que haber sido un oasis mesetario en el que la calidad de vida y la educación fueran sus fortalezas, sus valores indestructibles y fuente inagotable de riqueza. Lejos de esto, políticas erráticas, derroches alocados (como el que se produjo en la Capital Europea de la Cultura del 2002, que nada dejó), un caciquismo medieval y una Universidad sin rumbo y lastrada por “fermosos” sin capacidades ni conciencias, la hundieron. Fin de trayecto.
Paseas hoy por Salamanca, pandemia aparte, y es caminar por los renglones de un acta de defunción. Sin vida, sin pulso, se vende, se alquila. Locales que sabes que jamás volverán a ocuparse por tres razones fundamentales: no hay apenas emprendedores (al menos que apuesten por Salamanca), no hay recambio de población, y Amazon ha venido a firmar dicha acta con sus cajas de cartón.
...Y Salamanca, de cuna del pensamiento mundial -la Escuela de Salamanca-, a un Legoland de piedra de Villamayor. Y otro día igual.
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