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No solo de harina, papel higiénico, lejía y whisky –quizá por influencia del atracón de series de Netflix—vive la cesta de la compra, también ... en ella tiene sitio el chocolate, un ansiolítico fulminante, cuyo sitio debería estar más en las farmacias que en los lineales del súper. Que te da el bajón del confinamiento, chocolate; que la película no acaba como querías, doble ración de chocolate; que el buen tiempo no acaba de llegar, chocolate con naranja; que te aburres, chocolate con toques de menta; que te ha dado por la repostería, tarta de chocolate, a ser posible la que Franz Sacher creó en Viena en 1832, la famosa Tarta Sacher, que aún hoy se despacha en el vienés Hotel Sacher con el nombre de Sachertorte. Una experiencia religiosa a pesar de las largas esperas a la puerta. Pienso volver en cuanto esto termine. El chocolate va bien con todo, las fresas, la piña, la carne de caza, las depres y las alegrías, y solo se lleva entre mal y fatal con la dieta. Está en la literatura –Joanne Harris o Laura Esquivel—y el flamenco, con uno de sus patriarcas más nobles, Antonio Núñez, “Chocolate”, que vuelve a recordarnos la cantidad de apodos gastronómicos que campan por el arte: “El Pescadilla”, “Camarón”, “El Cigala”, “ Tomate” y “Tomatito”...
Volverán los aprendices de español y los turistas –hay también turistas aprendices de español—a sumergirse en nuestro chocolate a la taza con churros, que tanto les fascina, y las meriendas de pan y chocolate. No me extraña que la Iglesia pensara que el chocolate era pecaminoso por romper el ayuno, generando aquello una enorme controversia canónica cerrada a cal, canto y cacao con el famoso hoc not frangit jejunium, o sea, esto no rompe el ayuno pronunciado por los papas Paulo V y Gregorio XIII mientras daban cuenta de una buena jícara de chocolate. Si tiene tiempo, lea “El chocolate católico”, de Claudio Balzaretti. Y así como se reclama un monumento a la lejía, propongo otro al chocolate, que tanto está haciendo por nuestro bienestar espiritual.
Cuando el sábado salgamos, echaré de menos las heladerías abiertas al público con sus tentadores y clásicos helados de chocolate. Salamanca siempre tuvo una cultura chocolatera importante, quizás por la extensa presencia de monasterios y conventos. De hecho, un estudiante salmantino, Hernán Cortés, introdujo el chocolate de Moztezuma en la corte española, solo bebible con cantidad de azúcar. A Cortés, sin embargo, los honores, como el colegio mayor salmantino, le vinieron por otras acciones. Incomprensible. Doy por seguro que el novelista René Bazín, cuando visita Salamanca en 1894 se aplica al chocolate como lo hizo a los “petits choux” y lo hicieron otros viajeros de época. En el blog documentosdebejar cuentan que en 1926 Béjar tenía cinco fábricas de chocolate, diez había en Salamanca, tres en Cantalapiedra y una en Candelario, Ciudad Rodrigo, Guijuelo, La Maya, Lumbrales, Miranda del Castañar y Vitigudino, localidad en la que se instalaron otras tres en 1933, además de una en Anaya de Alba y Babilafuente. Lo nuestro ha sido pasión por el chocolate, encarnado en figuras y fabricantes como Enrique Prieto o Victoriano González, en Salamanca.
Si lo anunciando ayer por el presidente Pedro Sánchez le parece chocolate del loro, o sea, poca cosa para sus expectativas de llegada a la “nueva normalidad”, vaya a la despensa, trinque la tableta de chocolate, ábrala y acabe con ella. Verá como se sentirá entonces mucho mejor. Es ansiedad.
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