El cambio de hora
Lunes, 25 de marzo 2019, 04:00
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Lunes, 25 de marzo 2019, 04:00
Tras el debate suscitado hace unos meses por la Comisión Europea, que propuso terminar con los cambios estacionales de hora como el que realizaremos el ... próximo 31 de marzo, aún no ha quedado claro cuáles de las opciones que se encuentran sobre la mesa son las de derechas y cuáles las de izquierdas: si mantener nuestro actual huso horario (el de Francia y Alemania) o trasladarnos al de Greenwich (el del Reino Unido o Portugal); si seguir modificando cada año nuestro horario en primavera (adelantando una hora) y en otoño (retrasándola) o abandonar los cambios. La vicepresidenta del gobierno ya hizo alguna animosa aportación al respecto, pero aún puede hablarse del asunto sin temor a que nuestras opiniones puedan considerarse o al servicio de un gobierno vendido al separatismo o al de unas derechas crispadas contra las políticas de progreso.
Comencemos por el principio. Esto de que los Estados tengan una hora oficial es cosa del siglo XIX, de los tiempos del desarrollo del ferrocarril y del telégrafo, que hicieron necesario unificar horarios, en detrimento de las horas locales. A finales de siglo se estableció además una medida común del tiempo para todo el planeta, que resultó dividido en 24 meridianos. Europa quedó englobada en tres de ellos y sus correspondientes horarios comenzaron a conocerse como los de Europa occidental, Europa central y Europa oriental. España adoptó, claro, el de la Europa occidental, el del tiempo solar medio del meridiano de Greenwich, y lo hizo a partir del primer día del siglo XX, el 1 de enero de 1901. Como hasta entonces los horarios oficiales se regían por la hora del meridiano de Madrid, quince minutos atrasada respecto a la de Greenwich, fue preciso adelantarlo quince minutos. Algún desconcierto debió producirse: los periódicos salmantinos argumentaban en 1901 que el meridiano único debía regir en ferrocarriles, telégrafos y servicios oficiales, pero que para todo lo demás debía seguir respetándose la hora local. Cuatro años después los relojes de la Plaza Mayor y de la Catedral aún marcaban horas diferentes, y el alcalde tuvo que ordenar que todos se sujetasen al horario de Greenwich.
Este fue el meridiano que rigió la hora oficial en España hasta 1940. Ese año el gobierno de Franco ordenó adelantarla en sesenta minutos a partir del 16 de marzo, para que “el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos”. Contra lo que suele creerse, la decisión no obedecía al deseo de compartir hora con Alemania, que también adelantó su horario, pero después de España, sino con el Reino Unido, Portugal y Francia, que habían hecho el mismo cambio el 25 de febrero. Se trataba de una medida provisional, pues la propia orden indicaba que “oportunamente se señalará la fecha en que haya que restablecerse la hora normal”. Pero nada hay tan permanente como lo provisional y, a diferencia del Reino Unido y de Portugal, que al terminar la Guerra Mundial regresaron a la hora de Greenwich, España -como Francia- no lo hizo y mantuvo un huso horario, el de la Europa Central, distinto de su horario solar.
La segunda parte del debate, la de la conveniencia o no de establecer horarios específicos de verano (en realidad, de primavera-verano), arranca de cuando empezó a aplicarse esta medida, durante la Primera Guerra Mundial, en función de las necesidades de la producción bélica. España introdujo por primera vez este cambio en 1918 y lo siguió haciendo en algunas ocasiones más, en sintonía con los países más cercanos. En 1931 estaba previsto realizar el cambio, pero la República lo canceló. Sin embargo, durante la Guerra Civil, la República también introdujo un horario de verano, igual que la España franquista, pero en distintas fechas, por lo que llegó a haber entonces dos horas oficiales diferentes en España. En 1938, la República adelantó dos veces la hora oficial en primavera, mientras que en otoño solo la retrasó una, por lo que desde el otoño de 1938 en la República rigió en realidad el horario oficial que establecería el franquismo en 1940. Luego vino una larga etapa, a partir de 1949, sin cambios estacionales de horario. Y luego otra, la actual, desde 1974, cuando a la búsqueda de ahorro energético se tomó una medida cuya eficacia hoy se discute.
Estamos, pues, ante una cuestión de cierta complejidad. Los tentados a simplificarla en términos políticos deberán saber, eso sí, que aunque nuestro huso horario actual proceda del franquismo no es franquista, entre otras razones porque antes fue republicano. Parece que los técnicos que han estudiado últimamente el asunto no han obtenido resultados concluyentes. Me temo que alguien acabará invocando al pueblo soberano y proponiendo que el asunto se resuelva en un referéndum: a la vista de los precedentes, echémonos a temblar.
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