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EN la primera década del pasado siglo asentaba sus reales frente al reloj de la Plaza, entre el bordillo y los jardines, en el espacio ... libre que dejaban los pétreos canapés, el buen Liborio. Llegaba empujando el carrrito de helados, adornado en sus laterales con escenas de caza y animales salvajes, acompañado de la Liboria, cargada con el cesto de mimbre al cuadril y el “bombo” de los barquillos al hombro, pintado de rojo como era costumbre, luciendo en su panza los versos siguientes: “El hombre de más salero / para todos los chiquillos, / ¿Quién es? Pues el barquillero / que hace sabrosos barquillos”.
Procedía la familia de “Santander de arriba”, como decía la Liboria, que tuvo 7 hijos y consiguió sacarlos adelante e incluso ahorrar para comprar una casita construida por el Liborio, carpintero, albañil y lo que hiciera falta, con los materiales que acopiaba la Liboria cargándolos en las aguaderas del “burru” y transportándolos hasta el solar adquirido. Ayudaron las hijas, una cosiendo sacos, otra sirviendo y los hijos, arrimando el hombro. Tomás López Mateo continuó el oficio y a finales del siglo pasado, ya jubilado de Renfe donde simultaneó ambas ocupaciones, vendía obleas lisas y barquillos en la Alamedilla, frente a la caseta de los pavos reales.
Fueron barquilleros en la Plaza la saga de los Diego iniciada por Cayetano, empleado en el Ayuntamiento. De los 12 hijos que tuvo se dedicaron al oficio Pedro y Bernardo, además de Sebastián y Ricardo. Llegó a existir en la Plaza un conjunto de 7 barquilleros pues también estaban Felipe, Juan Antonio “el Barcá” y Jesús. A este último se le pudieron aplicar los versos: “Los chicos y los chiquillos / van gastando su dinero / comprando dulces barquillos / a Jesús, el barquillero”.
Pedro tuvo fama de ser el mejor barquillero, heredando el oficio su yerno, Guillermo Crespo en 1991, trabajador en la Azucarera de Salamanca, al que traspasó incluso el “bombo”, que había sido decorado por el pintor de brocha gorda Lucas Villalón, siendo muy posible que adornara también el antes citado de Liborio. Todavía vive y exhibe su mercancía, sobre todo abriendo marcha como heraldo de las procesiones de Semana Santa.
Hay una copla que dice: “Allá pasa un barquillero / muy flacucho, muy flacucho. / Se ve que le pesa mucho / su latón de cucuruchos”.
El barquillero ha sido fuente de inspiración en todas las artes.
El maestro Ruperto Chapí, puso música al libreto de José Pérez Silva y José Jackson Veyán, “El Barquillero”, estrenada en el teatro El Dorado de Madrid el 21/7/1900.
También le puso música a “Agua, azucarillos y aguardiente” el maestro Federico Chueca con letra de Miguel Ramos Carrión, estrenada en El Apolo madrileño el 23/6/1897, haciendo célebre el “Coro de barquilleros” que en el pasacalle cantan: “Pasamos nuestras vidas / con los chiquillos, / que son los que consumen / nuestros barquillos”.
Interviene el barquillero en “El tambor de granaderos” de Ruperto Chapí y Enrique Sánchez Pastor estrenado en El Eslava el 16/11/1896.
En pintura ha motivado a Claudio Benavente, Blázquez, Javier Urrea, J. M. Estartús, José Luis Herrero o Joaquín Sunyer.
En escultura, Antonio Romero talló su efigie en Ceuta y Oscar Alvarado Belinchón, esculpió en 2001 al barquillero Pepe Cortés, en Ponferrada.
En el planeta de los toros el matador Antonio Ruiz se apodó “El Barquillero”. En cuanto a toros tuvieron ese nombre tres de las ganaderías de Manuel García Aleas, Esteban Hernández y Gallardo Gómez. La vaca “Barquillera”, de la ganadería de Zalduendo, salió brava, mató a 3 personas y anduvo en coplas: “Tu también me asegurabas / que eras buena costurera, / m´has salido más traidora / que la vaca “Barquillera”.
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