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Quién nos iba a decir el pasado año por San Valentín que, un año después, las cosas se pondría tan feas para la celebración del ... Santo patrón del amor. El amor en los tiempos del COVID también se ha convertido en un auténtico problema.
Este ojo que observa sobrevuela, como Odín, las dificultades y controversias del amor variado en tiempos de pandemia, también necesitado de una vacuna urgente. Nuestros jóvenes adolescentes se han quedado sin calle, aunque eso no signifique que no la pisen. Esas nubes de “estorninos quinceañeros” con “voces de gallear”, sufren el uso de una mascarilla signo de la lucha contra un virus que mata a sus abuelos e incluso a sus padres. Las horas de vuelo se les han reducido sustancialmente y eso es terrible para la hormona. Ataviados en casa con sus mejores lujos, las más de las veces se quedan tan sólo pegados a la pantalla de un ordenador que ni huele, ni les huele. La adolescencia, con su rubor inexplicable, también se ve amordazada por este bicho que nos aleja, que nos obliga a desinfectarnos y nos impide acercarnos para poder probar el elixir de un primer beso o un simple roce de pestañas. ¿Cómo compartir un pañuelo para las primeras lágrimas del amor recién estrenado o cómo darse la mano sin un gel hidroalcohólico próximo? Adiós a ese primer roce casto o menos casto de los labios... Debe de ser tremendamente duro no dejar expandir esa adolescencia encapsulada en telefonía móvil y redes sociales. Todos necesitamos tocarnos, acercarnos, intercambiar besos, caricias pero en la adolescencia, es primordial.
¿Y nuestros jóvenes? llenos de un absentismo vital, cuando su vida está en plena composición. Si la adolescencia es la ebullición descontrolada, la juventud es la necesidad de compartir frente a un incierto futuro. Dos reman mejor que uno. Un amor por las redes para pescadores de pareja, donde muchos buscan y muy pocos encuentran. Viven dejándolo todo en puntos suspendidos, esperando que esto pase para volver al mar. Es cierto que los hay inconscientes aunque la mayoría son muy responsables, pero ¡es tan duro! Yo les digo que esto no es nuevo, que sus abuelos usaban las cartas y no tenían teléfonos, que apenas se veían y sin embargo se enamoraban. Pero ellos... ahora no pueden bailar lentos.
Los amores prohibidos hoy son imposibles. Esos amores de escapada de sol y sombra, de hotel y coche, de furtivos encuentros entre las nubes bajas de una luz de neón. También se han derretido como los suspiros de viento.
Pero... siempre tendremos París o Madrid o un convento perdido en las estepas frías o un paseo a la luz de la luna en un puente viejo de un viejo lugar.
Lo importante es saber que San Valentín se celebra desde la antigua Roma y que se seguirá festejando mil años más. Ojalá que el año que viene, manos, besos y caricias... sean libres.
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