El adiós más triste
Lunes, 30 de marzo 2020, 05:00
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Lunes, 30 de marzo 2020, 05:00
Nuestros mayores se nos mueren. Así de descarnado. Así de cruel. Es la tragedia de esta pandemia. El menor de los problemas es el que ... tienen aquellos que se aburren en sus casas. Asuntos banales. En los hospitales y residencias se están marchando aquellas personas que se pasaron media vida temiendo otra guerra. Paradojas del destino, esa guerra ha llegado. Aunque no haya bombardeos y las trincheras sean otras. Por eso hoy recupero una noticia que leí hace algunos años y que pasó desapercibida. “La Bolsa de Madrid cierra sus puertas a los jubilados”. Había un grupo de personas mayores que cada día acudían al parqué madrileño para hacer pequeñas operaciones bursátiles, charlar y pasar la mañana. Algo parecido a lo que otros hacen delante de una obra, pero con algo más de chicha. La razón que esgrimieron para tomar esta decisión fue que daban mala imagen en las típicas tomas de televisión. Cuando les preguntaron a los mayores qué opinaban, las respuestas eran de resignación y tristeza. En ese momento me entró un irremediable sentimiento de pena. El hecho de que a los jubilados les hurtaran la ilusión de acudir todas las mañanas a la Bolsa podría ser una simple anécdota, pero era sintomático del olvido y, hasta en ocasiones del desprecio, que la sociedad actual tiene con sus mayores.
Hemos llegado a un punto en el que no es suficiente con recordar cómo salieron adelante después de una brutal Guerra Civil. Tampoco vale con aplaudirles por haber trabajado de sol a sol para llevar el pan a casa. Ni tan siquiera sirve de consuelo ponerles un monumento por emplear su pensión durante la crisis para ser el sustento de familias enteras que tenían a todos sus miembros en el paro. Es el momento de pasar a la acción antes de que fracasemos como una sociedad que no tiene en cuenta a su legado más preciado. El problema es que, si no lo hemos hecho antes, ahora se acaba el tiempo. La COVID-19 se está llevando a toda una generación en total y absoluta soledad.
El Papa Francisco ha alertado en más de una ocasión de la “eutanasia oculta” que significa el abandono en algunas residencias de ancianos y ha demandado respeto para unas personas que son “transmisores de experiencia y conocimiento”. Todo ello debería remover algunas conciencias para platearnos qué estamos haciendo mal y cómo hemos llegado a esta situación. En 2050 la población de mayores en el mundo será tres veces la actual y, si antes no se han tomado medidas contundentes, hacerse viejo será poco menos que un infierno.
La mayoría de residencias de ancianos hacen una gran labor donde buscan su constante bienestar, pero se puede ir más allá. Iniciativas como los jóvenes universitarios que viven gratis en el piso de una persona de la tercera edad que reside sola a cambio de hacerle compañía; las visitas de niños a las residencias para hacer actividades juntos o las programaciones de ocio que diseñan ayuntamientos y asociaciones, son muy buenas ideas. Sin embargo, hace falta que las instituciones lleven la iniciativa con un plan nacional de las personas mayores que habilite mecanismos efectivos contra el olvido y el desprecio.
Por desgracia hemos trasladado a las personas la cultura del ‘usar y tirar’. Lo que ya no sirve, se guarda en un cajón o se lleva al contenedor. No somos capaces de crear el sitio que se merecen nuestros mayores. Que se sigan sintiendo importantes dentro de sus capacidades y posibilidades. Que aprovechemos esa experiencia forjada a base de vivencias fascinantes.
Hoy lloramos su marcha sin una despedida digna. Sin haber escuchado sus últimas palabras. El coronavirus está acelerando cruelmente el proceso vital. Dicen que esta pandemia va a cambiar el mundo y cada uno de nosotros no volveremos a ser iguales. Espero que ese cambio sea a mejor y en él haya un hueco más cálido y cariñoso para los que nos dieron la vida.
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