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Hoy hablan las urnas. Por cuarta vez en cuatro años el personal en edad de votar (o una parte de él, porque puede haber mucho “ ... abstemio”) acude a los colegios electorales papeleta en ristre. Con proverbial paciencia, beatífica comprensión y caridad infinita, los ciudadanos comulgan con los políticos empecinados en convencerles de que un año sin votaciones es como un jardín sin flores; o como un cura preconciliar sin sotana. Pensando en nuestro bienestar, los sucesivos gobiernos nos compensan así por las décadas oprobiosas de la dictadura en las que no se votaba, excepción hecha del tercio familiar en las Cortes del exhumado.
En estos últimos meses de sequía participativa, a alguno de los parlamentarios elegidos en abril no le habrá dado tiempo de calentar el escaño que un día fuera suyo, y que a partir de hoy verá irremisiblemente perdido. Flor de un día, como quien dice. Con lo bien que hubieran venido cuatro años completos de bancadas de vino y rosas, vermú y croquetas en el “Manolo” y chuletones de a kilo braseados al vizcaíno modo en el “Kupela”, establecimientos ambos próximos al Congreso, que el diputado novel habría localizado en los recreos de tediosas sesiones parlamentarias. Dura, ingrata y efímera es la vida del servidor público.
Mientras tanto, colea la unánime sentencia –blandengue y conciliadora— dictada contra los enjuiciados del “procés”, cuyos efectos secundarios son bien visibles en las calles de Cataluña. Ya desde antes de conocerse el fallo, y sin haber desbrozado aún la espesa maraña de antecedentes, hechos probados, fundamentos, penas, costas y otras consideraciones del texto jurídico, la locura colectiva se apoderaba de los independentistas, pastoreados digitalmente por sus fanatizados ideólogos.
Apenas extinguidas las llamas y sofocados los fuegos urbanos del tsunami a costa de nuestros impuestos, prosigue la fiesta de los alborotadores en vísperas electorales. Continúan quemando banderas (para regocijo de los chinos fabricantes de telas al por mayor), abuchean al monarca y a su familia (con denuestos teledirigidos desde Waterloo), prodigan escupitajos y, dependiendo de los resultados de hoy, se aprestarán a chantajear al gobierno que salga de las urnas. Y todo ello para que don Pujolone y la madre superiora no agiten las “brancas”, porque si, como llegaron a amenazar, echan la lengua a pacer caerán ramas, nidos y todo atisbo de follaje arbóreo.
En el ínterin, los discípulos de los apesebrados rectores catalanes afectos a la causa indepe vivaquean en la vía pública y organizan fuegos de campamento, como hacían sus padres y abuelos en los campamentos de la OJE. No entonarán ya el “Montañas nevadas”, sino otros cánticos que incluyan, en vez de las “rutas imperiales”, el alegre estribillo del aprobado general.
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