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Quería contarle que desafiando los elementos subí de nuevo al Cerro de San Vicente para ver la Salamanca desaparecida o invisible; liquidada en todo caso, ... pero supe de la pérdida de Daniel Sánchez, coincidiendo con la presentación del cuadro de Florencio Maíllo para la Catedral encargado por él, así que aplacé el ascenso y algo debo decir. Fue profesor de Pedagogía en la Escuela de Magisterio, un profundo conocedor de la Catedral, devoto acérrimo de Santa Teresa y un curioso de los archivos.
De la Catedral hizo dos espléndidas historias, se implicó en la reedición de la vida de Santa Teresa impulsada por Fray Luis de León y fragmentó su modo de pensar para hacerla más comprensible, y vació archivos para contarnos pormenores del Siglo de Oro universitario. Fue canónigo de la Catedral y un sabio del ritual mozárabe de ella. Santi, me llamaba. Iba camino de los noventa años con plena lucidez intelectual y le hubiese gustado muchísimo ver el cuadro colgado, pero la vida tiene estas cosas y él que era cura lo sabía muy bien. Alguna vez hablamos de ello, como hablamos de muchos asuntos de la vieja Salamanca.
Cura intelectual. Total, que ha sido un palo y sólo cabe echar mano del siempre válido “la vida sigue”. Por otro lado, una vecina de la calle Hovohambre me pide, pensando en una supuesta influencia, que no tengo, que interceda por sus vecinos y la propia calle, que se convierte en baño público exterior en noches de movida. Falta luz y educación, naturalmente. Es una calle curiosa. Ignacio Carnero en su historia de nuestro callejero dice que tres siglos atrás esta calle se llamó Loambre y después Lobo-hambre, que son dos denominaciones inquietantes como boca de lobo.
Es una calleja que siempre nos evocará a los que tenemos unos años el horno de Marsán, que en su día abriese Paco García Santalla, cuyo olor a horneado de bollos, lechazos y tostones era el aroma permanente de ese pasaje, ahora trasmutado en otro bien distinto. El horno cerró en 2010 y luego fue derribado. Hay dos portales, cuyos vecinos conviven con olores e imágenes bastante desagradables, de lo que han informado al Ayuntamiento que... aún no ha encontrado una solución. Me dice la vecina. En el siglo XIX la histórica “Calleja”, oficialmente calle de Ventura Ruiz Aguilera, se cerró por ambas entradas por seguridad o higiene, o por ambas cosas. Luego se abrió y fue convirtiéndose en un emporio hostelero con el Candil, Roma, Zaguán o Villarrosa. No digo que haya que cerrarla, pero tampoco dejar a los vecinos así.
Tiene tantas cosas el Concejo encima de la mesa. Sin ir más lejos, abrir una puerta cegada en la Torre del Clavero antes de que los académicos del Centro de Estudios Salmantinos que nos reunimos en ella, mayores unos y con las rodillas de esa manera, otros, dejemos el resto de la salud en las escaleras medievales actuales. La puerta está y abrirla daría paso a un acceso de tres escalones frente al actual, una escalera de caracol medieval, estrecha, empinada e infinita. No parece una obra de envergadura, pero qué sabe uno. En fin, me he comprometido a informar de ello al Concejo así que cualquier día pido audiencia y de paso me entero de los detalles de esa buena idea de un museo o centro de la Salamanca invisible que se quiere establecer en el Cerro de San Vicente, donde tanta Salamanca invisible va saliendo a la luz gracias a sus arqueólogos. Desde allá arriba uno puede imaginar –sólo eso– el Colegio del Rey, el Convento de San Cayetano o el Alcázar salmantino coronando la Peña Celestina; los colegios de Oviedo y Cuenca, pegando al parque arqueológico del Botánico, donde brillaban la iglesia y el convento donde vivió Fray Luis de León. Naturalmente el relato de Mesonero Romanos en “Memorias de un setentón” paseando por la Salamanca arrasada en 1812 parece un buen guion, aunque haya mucha más ciudad invisible.
Don Daniel hubiese disfrutado mucho con esta idea, aunque él era más de papeles. Y ahora, hechos los mandados, vamos a ver si consigo alcanzar el alto del Cerro con este viento.
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